viernes, 3 de mayo de 2013

Testigo (cuento)


Testigo
Patricio Escobar

Era domingo y como no tenía nada más que hacer me dirigí al parque junto al rio. Al llegar, me senté en uno de los bancos, bajo la sombra de un árbol, y comencé a mirar a la gente. Había, entre otros, un grupo de muchachos de ropa deportiva con muchos perros de distintas razas. Todos esos animales tenían sus correas al cuello y se notaban muy sanos por como corrían y jugaban. Los muchachos conversaban todos alegremente en grupo a la vez que observaban a los canes. Todos, excepto un joven que estaba alejado del círculo y miraba de reojo a una de las muchachas del grupo.
–Ni siquiera me gustan los perros. Estoy aquí sólo para poder estar cerca de la “Marcela” –me lo imaginé diciendo.
En otro lado del parque, por la orilla en las pistas de tierra, había una pareja de muchachos en bicicletas. La niña de ojos claros se movía perfectamente pedaleando velozmente de un lado a otro, mientras que el joven se tambaleaba y no aguantaba más de un par de segundos sobre las dos ruedas. La muchacha con voz alegre lo incentivaba a seguir adelante, a que siguiese intentando mantener el equilibrio y pedalear al mismo tiempo. Pero el chiquillo, con un pie apoyado en el suelo y las manos en el manubrio, se notaba cansado y serio. Tenía expresión de decir –¡Qué vergüenza estar haciendo esto! Ya estoy viejo para recién estar aprendiendo a andar en bicicleta.
Hacia mi izquierda vi un grupo de chiquillos sentados en círculo en el pasto. Uno de ellos tenía una guitarra y tocaba canciones mientras los demás tomaban jugos Kapo. Escuché a dos de las chiquillas pedirle canciones al de la guitarra, pero éste les respondió que no se las sabía.
–Pucha, siempre quedo mal parado frente a ellas. Nunca me sé las canciones que me piden –debe haber pensado.
Llegó también al parque en ese momento otra pareja de jóvenes. La niña era morena, de pelo negro y largo, de cuerpo ágil y delgado, como si hiciera deportes frecuentemente; el muchacho era de pelo y tez clara, también delgado. La chiquilla estiró una especie de chal a cuadros sobre el pasto y se sentó. El joven se sacó la mochila de la espalda y se estiró también sobre el chal. Ambos dieron profundos suspiros y comenzaron a mirar las hojas de los árboles.
–No hay otro lugar en el que quisiera estar en este momento –era lo que parecían haber estado pensando.
A mi derecha pasó un tipo con ropa deportiva trotando y escuchando música desde un reproductor que llevaba afirmado en su antebrazo. Llevaba el paso como si fuese escuchando Take a chance on me de Erasure, aunque colocaba su cara seria como de ser fan de Led Zeppelin. A lo lejos escuché un vendedor ambulante ofreciendo helados a viva voz. Metí mi mano al bolsillo para ver si tenía monedas y comprar un helado cuando el vendedor pasara cerca de mí.
Ladridos, muchos ladridos. Giré mi cabeza y vi que dos de los perros del grupo salieron persiguiendo al tipo que pasó corriendo. Éste se asustó y se detuvo por unos segundos, hasta que la “Marcela” se separó del grupo y fue a buscar a los perros.
–¡Ése era el momento poh, “Juanito”! La “Marcela” estaba sola, lejos
del grupo. Podrías haber ido ahí y conversarle –pensé, pero el muchacho que la miraba de reojo no se movió. Solo la miró como regresaba con los dos perros y después dejó caer su cabeza como diciendo –debí haber aprovechado ese momento para ir a hablar con ella. 
El corredor siguió trotando y pasó al lado de los ciclistas, quienes continuaban en su trabajo. La muchacha de ojos claros seguía arengando a su compañero y éste ya duraba un poco más de dos segundos pedaleando.
–¿Qué habrá sido, a todo esto, de mi primera bicicleta? Era una cosa amarilla y chica. Probablemente mis papás la botaron cuando ya no me servía.
El muchacho de pelo claro se paró del chal a cuadros y mientras se sacudía la ropa le decía algo a la chiquilla de pelo negro.
–Tengo que ir a comprar. Vuelvo al tiro –debe haberle dicho, ya que inmediatamente se agachó, le dio un beso y salió caminando lejos
del parque. Ella quedó ahí, acostada en el chal a cuadros.
–Heladoooo. Pa’ la se’, pa’ la calor. Piña, Chirimolla, Mora, Mustan’, Yiro, heladoooo –escuché ya más cerca, así que tomé los doscientos pesos que tenía en mi bolsillo para cuando apareciera el vendedor.
–¡Bien, dale, dale! –Le gritó la niña de los ojos claros a su compañero en la bicicleta. Éste avanzó unos cuantos metros antes de perder el equilibro y apoyarse con su pie derecho en tierra. Sin duda estaba progresando. –¿Viste que se puede? –le debe haber dicho la muchacha cuando él se acercó caminando con la bicicleta al lado.
Los del grupo sentados en el pasto comenzaron a cantar It’s my life de Bon Jovi. Todos cantaban animosamente y el de la guitarra tenía una expresión como de estar pensando –por fin le achunté a una canción que todos se supieran.
–Son jóvenes po’ “Luchito”. Tócate un tema de ahora y todos se la van a saber. Temas antiguos es muy difícil que todos se lo sepan y, si querís quedar
como rey ante las chiquillas, apréndete temas románticos –pensé.
–Heladoooo. Pa’ la se’, pa’ la calor. 
Por fin llegó el vendedor. Levanté la mano y se me acercó. Abrió su caja de plumavit y le pedí uno de mora. A penas le pagué, el vendedor cerró la caja y siguió su recorrido por el parque. La “Julieta” seguía acostada sola en el chal a cuadros. “Romeo” aún no volvía. Quizá qué habrá ido a comprar.
–¡Dale Pablo, no perdai el equilibrio! –dijo la de los ojos claros, mientras el chiquillo agarró velocidad sobre su bicicleta. Aguantó tanto que llegó hasta donde estaban los perros. Éstos salieron corriendo persiguiendo a la bicicleta y todos los con ropa deportiva fueron a buscarlos, dejando sola a la “Marcela” quien tenía un perro afirmado de la correa.
–¡Ahí poh Juanito! –pensé. Y efectivamente el chiquillo se acercó a la “Marcela” a conversarle. Debe haberle dicho algo
como –Hola Marce, ¿Cómo estai? ¿Hace cuánto que estai en este grupo cuidando perros? –Y la “Marcela” parece que también le gustaba el “Juanito” porque se puso media colorada.
–Esa tampoco me la sé, pero, a ver, déjame sacarla de oído –dijo el de la guitarra en el grupo, y empezó a cantar –Noviembre sin ti, es sentir que la lluuuvia me dice llorando que todo acabó.
–¡Bien Luchito! Ése es el truco. Vas a quedar
como rey –pensé.
Pablo volvía caminando con la bicicleta al lado y su amiga de los ojos claros estaba con una sonrisa de oreja a oreja. El muchacho debe haberle dicho algo como –“Nati”, pa’ la otra vamos a ir a un lugar sin perros –y ambos se echaron a reír.
Yo mientras tanto había abierto mi helado de mora y comenzaba a comerlo cuando busqué con la vista al vendedor de helados para ver cuánto había avanzado. Estaba como a media cuadra de distancia y detrás de él iba el “Juanito” junto a la “Marcela” y dos perros afirmados de las correas. El “Juanito” llamó al heladero y le compró dos helados. Uno se lo pasó a la “Marcela”.
–¡Muy bien, campeón! La hiciste –dije. –Igual que el de la guitarra, que hasta aplausos sacó cuando terminó de tocar Noviembre sin ti de Reik para las chiquillas, las que ya lo miraban con otros ojos. Los muchachos de su grupo también lo miraban distinto ahora, pero con envidia. Más de alguno debe haber pensado –me voy a poner a aprender guitarra también.
–¿Y “Julieta”? ¿Habrá vuelto su “Romeo”? –pensé, así que miré hacia donde estaba el chal a cuadros estirado en el
pasto, y vi que la chiquilla estaba dándole un beso a un muchacho que estaba junto a ella.
–Ah, sí, ya volvió. –dije. –Pero… ¿el pololo no tenía el pelo claro? Éste tiene pelo oscuro.
Los de las bicicletas pasaron ambos andando frente a mí. La chiquilla sin duda tenía mucha práctica, pero el muchacho que recién había aprendido lo hacía tambaleante aún. Los seguí con la vista hasta que salieron del parque y doblaron por una esquina. En esa misma esquina se detuvo una micro y por la puerta trasera se bajó el “Romeo”, el verdadero, el de pelo claro. Venía con la cara sonriente y traía en sus manos unos libros. Corrió en dirección al parque, pero se detuvo en seco cuando vio la escena que había sobre el chal a cuadros. Su cara se transformó. Soltó los libros. Lo vi caer sentado en el pasto, con rostro de sorpresa e incredulidad. El chiquillo de pelo oscuro que besaba a la chiquilla miró al joven rubio y salió corriendo por el parque. La muchacha se dio vuelta, miró al “Romeo” y se puso de pie. Intentó acercarse para decirle algo, pero cada vez el muchacho rubio se alejaba caminando hacia atrás. La niña, al ver que el joven no quería siquiera escucharla, volvió al chal, de la mochila tomó un lápiz y escribió algo en un papel, el que dejó en el pasto. Cabizbaja, se dio media vuelta y se alejó caminando por el parque. El muchacho, aun con cara de no creer lo que acababa de pasar, se puso de pie, caminó hacia el chal, tomó el papel y lo leyó. Sus manos temblaban. Se sentó en el pasto y comenzó a llorar de una manera que hasta las piedras se ablandarían. Aun cuando mi mente logra crear muchas cosas, nunca he podido imaginarme lo que ese papel decía. No sé. Quizá mi mente no quiere llegar a comprender que las únicas personas que parecían felices al principio de esa visita al parque fueron las únicas que terminaron mal.