domingo, 24 de febrero de 2013

Gemma (cuento)


Gemma
Patricio Escobar

“La doncella tenía unos hermosos ojos verdes y un rizado cabello rojo. Su piel era tan blanca como la nieve, excepto por las pecas que adornaban sus hombros y escote. Solía usar vestidos que destacaban su porte y hermosas piedras de lapislázuli colgaban en aros y collares. Soñaba día a día con encontrar a ese príncipe con el que compartiría profundos momentos de felicidad, que la protegiera y la cuidara. Imaginaba formar una familia íntegra, en donde cada uno de sus hijos aportara un aspecto diferente con sus personalidades y, así, su vida estaría llena de amor, inteligencia, humor y lealtad.”

-Hermana, ¿te gusta cómo va quedando tu cuento?

-¡¿VICENTE?! ¡DANIEL, DÓNDE ESTÁ EL NIÑO! ¡SEBASTIAN, DEJA DE MOLESTAR! ¡¡¡DANIELA, ANDA A BUSCAR A TU HERMANO!!


(Dedicado a mi querida hermana.)


lunes, 18 de febrero de 2013

La Travesía (cuento)

La travesía
Patricio Escobar


Un movimiento interrogatorio y su compañero le respondió a la distancia con otro similar. Ambos exploradores avanzaban por la planicie sin encontrar rastros de los habitantes originales, bestias de gran tamaño, oscuras, peludas y de olor putrefacto. Los ancianos de su aldea solían contar historias de esos monstruos para asustar a los niños cuando se portaban mal. Ahora, ambos hermanos caminaban sigilosamente por terreno desconocido, esperando simplemente que ninguna de esas criaturas apareciera frente a ellos.

Su aldea se encontraba en tierras más bajas que las que ahora recorrían. “Esos seres allá arriba y nosotros acá abajo, los límites están claros y siempre ha sido así” recordaban haber escuchado desde chicos. El tiempo había vuelto a sus coterráneos cansados y adoloridos. Muchos habían pensado subir a buscar mejores lugares para instalarse, día a día, mes tras mes, año tras año, pero nadie se atrevía. Sin embargo, tan solo se necesitaba cumplir dieciséis para que estos dos personajes tuvieran la osadía suficiente para realizar la travesía.

Protegidos con tan solo unas lonas y provistos de correas, habían realizado la difícil tarea de escalar hasta el lugar que ahora recorrían. Todo lucía misteriosamente tranquilo. El terreno estaba tibio, lo que podría indicar que sus habitantes originales se habían ido hace muy poco. Los exploradores avanzaron, siempre con el temor de que todo esto fuera una trampa y que las criaturas estuvieran al acecho, mirándolos caminar, sintiendo su olor, esperando el momento preciso para atacar. Pero nada pasó.

Al cabo de un tiempo, los hermanos comenzaron a sentirse más tranquilos. El peso de toda una sociedad estaba sobre ellos, y al parecer lo habían logrado. ¡Habían explorado y conquistado esas tierras más altas! Ahora, lo que quedaba era relajarse para descansar un rato. Fue justamente en ese momento cuando una gran sombra cubrió a ambos exploradores.

"Señorita, baje los pies del asiento, por favor”

Y Natalia tuvo que hacer lo que el guardia del metro le había indicado.


martes, 5 de febrero de 2013

El Tiuque y la Colibrí (cuento)

El Tiuque y la Colibrí
Patricio Escobar


Mis amigos necesitan paracaídas, alas delta, globos u otros objetos para moverse por el aire. Yo, por el contrario, tengo la capacidad de convertirme en pájaro. A voluntad propia, puedo cambiar de forma entre humano y ave.

Nunca me he cuestionado profundamente lo que soy. Solo sé que nací humano hace ya casi tres décadas y mis padres, aunque muy esforzados,  no tienen ninguna capacidad sobrehumana. Mi madre estudió arte y mi padre es técnico electrónico. Ellos dicen que yo, siendo niño, ansié tanto volar que por las noches, antes de dormir, pedía a alguna fuerza superior tener dicha habilidad. Hasta que un día, así sin gran pomposidad, mi sueño simplemente se cumplió. Como humano, yo era un niño de ocho años, bajo  y muy delgado. Como pájaro, era una especie de Gorrión, pequeño y de plumaje café y negro.

Con el tiempo tanto mi forma humana y ave fueron cambiando; en mi adolescencia, junto con la invasión de acné, aumento de peso y crecimiento impar de brazos y piernas, mi apariencia como pájaro se volvió algo similar a una Loica, de plumaje negro y pecho rojo. En esta época fue cuando comencé a controlar a voluntad mi metamorfosis: cuando quería simplemente escapar de la “realidad”, me subía al techo de la casa de mis padres y así, rodeado de palomas, mirando al cielo, abría los brazos y me echaba a volar. Como Gorrión fui muy veloz y ágil, pero la libertad que tuve con la altitud que lograba siendo Loica era impagable.

Cuando cumplí la mayoría de edad, mi cuerpo humano ya estaba estabilizando sus cambios de crecimiento, pero mi cuerpo ave seguía experimentando cambios que, afortunadamente, mejoraban mis habilidades. En esa época llegué a ser lo que más se aproximaba a un Tiuque, robusto y de plumaje café canela uniforme. Volando, las casas no eran más que cajas de fósforos y las calles líneas marcadas en la tierra. Los autos en hilera lucían como hormigas saliendo y entrando a sus colonias. Cuando me dejaba llevar por las corrientes de aire y planeaba con mis alas extendidas, la sensación era la de ser totalmente imparable. Sin embargo, algo en mi mente no me dejaba ser completamente feliz: ¿Era yo el único con ésta capacidad? ¿Estaba yo solo? Pensando desde siempre en esto, mantuve mi extraordinaria habilidad en secreto. No sabía en realidad cómo iba a reaccionar la sociedad. Existía incluso la posibilidad de que me temieran o incluso peor, que me odiaran, por lo que nadie, excepto mis padres y hermanos, sabían de lo que era capaz. Y así, entonces, disimulado e intrigado, comencé la búsqueda de alguna otra persona que se asemejara a mí.

Como humano, conocí muchas personas: unas con una gran mente, otras muy detallistas, otras realmente talentosas en lo que hacían y, también, otras que no logré nunca comprender. Pero ninguna tenía la capacidad de convertirse en pájaro. Como ave, conocí muchas bellas criaturas: Golondrinas de cabeza rojiza, Palomas de alas blancas, Perdicitas cordilleranas, Gaviotas australes, Taguas andinas, Codornices de plumaje café, Chirihues doradas, Dormilonas cenicienta, Fardelas de alas grandes y hasta una Tortolita cuyana. Todas de una gracia formidable y hermoso plumaje, pero ninguna con la capacidad de convertirse en humano.

Los años pasaron y, como era de esperarse, comencé a creer que estaba solo. Pensé incluso en desistir de una de mis formas para adaptarme al resto, pero no supe si escoger ser humano o ave. Hasta que cierto día, en la casa de unos amigos, conocí a una chiquilla. Con comentarios certeros y opiniones inteligentes me hizo pensar que alguien así sería ideal que tuviera mi capacidad de convertirse en ave. Nos caímos bien.

Se hizo tarde y mis amigos se fueron a dormir. Yo me quedé conversando con ella en el balcón tomándonos una copa de vino. En un momento la miré a sus ojos verdes y pensé que, aun cuando ella no fuese mitad humana y mitad pájaro como yo, si lograba entender y aceptar mi “condición” sería una buena compañera, así que pensé en revelarle mi transformación. Pero antes de hacerlo, ella me dijo “¿te cuento un secreto? Pensaba en no decírselo a nadie más por un buen tiempo, pero aquí va”, dejó la copa de vino en el suelo, se giró hacia el balcón, miró al cielo y abrió sus brazos.

Siempre pensé que, si llegase a encontrar a alguien con mi misma habilidad, dejaría la clandestinidad y lo haría público ante todo el mundo. Pero ¿saben qué? Me di cuenta que ya no me importa si los demás lo saben o no. Solo me basta con que ella, mi familia y su familia lo sepan. De todas maneras escribí esto para que no se sorprendan si un día un Tiuque café y una Colibrí esmeralda se detienen en sus ventanas.