martes, 5 de febrero de 2013

El Tiuque y la Colibrí (cuento)

El Tiuque y la Colibrí
Patricio Escobar


Mis amigos necesitan paracaídas, alas delta, globos u otros objetos para moverse por el aire. Yo, por el contrario, tengo la capacidad de convertirme en pájaro. A voluntad propia, puedo cambiar de forma entre humano y ave.

Nunca me he cuestionado profundamente lo que soy. Solo sé que nací humano hace ya casi tres décadas y mis padres, aunque muy esforzados,  no tienen ninguna capacidad sobrehumana. Mi madre estudió arte y mi padre es técnico electrónico. Ellos dicen que yo, siendo niño, ansié tanto volar que por las noches, antes de dormir, pedía a alguna fuerza superior tener dicha habilidad. Hasta que un día, así sin gran pomposidad, mi sueño simplemente se cumplió. Como humano, yo era un niño de ocho años, bajo  y muy delgado. Como pájaro, era una especie de Gorrión, pequeño y de plumaje café y negro.

Con el tiempo tanto mi forma humana y ave fueron cambiando; en mi adolescencia, junto con la invasión de acné, aumento de peso y crecimiento impar de brazos y piernas, mi apariencia como pájaro se volvió algo similar a una Loica, de plumaje negro y pecho rojo. En esta época fue cuando comencé a controlar a voluntad mi metamorfosis: cuando quería simplemente escapar de la “realidad”, me subía al techo de la casa de mis padres y así, rodeado de palomas, mirando al cielo, abría los brazos y me echaba a volar. Como Gorrión fui muy veloz y ágil, pero la libertad que tuve con la altitud que lograba siendo Loica era impagable.

Cuando cumplí la mayoría de edad, mi cuerpo humano ya estaba estabilizando sus cambios de crecimiento, pero mi cuerpo ave seguía experimentando cambios que, afortunadamente, mejoraban mis habilidades. En esa época llegué a ser lo que más se aproximaba a un Tiuque, robusto y de plumaje café canela uniforme. Volando, las casas no eran más que cajas de fósforos y las calles líneas marcadas en la tierra. Los autos en hilera lucían como hormigas saliendo y entrando a sus colonias. Cuando me dejaba llevar por las corrientes de aire y planeaba con mis alas extendidas, la sensación era la de ser totalmente imparable. Sin embargo, algo en mi mente no me dejaba ser completamente feliz: ¿Era yo el único con ésta capacidad? ¿Estaba yo solo? Pensando desde siempre en esto, mantuve mi extraordinaria habilidad en secreto. No sabía en realidad cómo iba a reaccionar la sociedad. Existía incluso la posibilidad de que me temieran o incluso peor, que me odiaran, por lo que nadie, excepto mis padres y hermanos, sabían de lo que era capaz. Y así, entonces, disimulado e intrigado, comencé la búsqueda de alguna otra persona que se asemejara a mí.

Como humano, conocí muchas personas: unas con una gran mente, otras muy detallistas, otras realmente talentosas en lo que hacían y, también, otras que no logré nunca comprender. Pero ninguna tenía la capacidad de convertirse en pájaro. Como ave, conocí muchas bellas criaturas: Golondrinas de cabeza rojiza, Palomas de alas blancas, Perdicitas cordilleranas, Gaviotas australes, Taguas andinas, Codornices de plumaje café, Chirihues doradas, Dormilonas cenicienta, Fardelas de alas grandes y hasta una Tortolita cuyana. Todas de una gracia formidable y hermoso plumaje, pero ninguna con la capacidad de convertirse en humano.

Los años pasaron y, como era de esperarse, comencé a creer que estaba solo. Pensé incluso en desistir de una de mis formas para adaptarme al resto, pero no supe si escoger ser humano o ave. Hasta que cierto día, en la casa de unos amigos, conocí a una chiquilla. Con comentarios certeros y opiniones inteligentes me hizo pensar que alguien así sería ideal que tuviera mi capacidad de convertirse en ave. Nos caímos bien.

Se hizo tarde y mis amigos se fueron a dormir. Yo me quedé conversando con ella en el balcón tomándonos una copa de vino. En un momento la miré a sus ojos verdes y pensé que, aun cuando ella no fuese mitad humana y mitad pájaro como yo, si lograba entender y aceptar mi “condición” sería una buena compañera, así que pensé en revelarle mi transformación. Pero antes de hacerlo, ella me dijo “¿te cuento un secreto? Pensaba en no decírselo a nadie más por un buen tiempo, pero aquí va”, dejó la copa de vino en el suelo, se giró hacia el balcón, miró al cielo y abrió sus brazos.

Siempre pensé que, si llegase a encontrar a alguien con mi misma habilidad, dejaría la clandestinidad y lo haría público ante todo el mundo. Pero ¿saben qué? Me di cuenta que ya no me importa si los demás lo saben o no. Solo me basta con que ella, mi familia y su familia lo sepan. De todas maneras escribí esto para que no se sorprendan si un día un Tiuque café y una Colibrí esmeralda se detienen en sus ventanas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario