domingo, 31 de marzo de 2013

Paradoja (Cuento)


Paradoja
Patricio Escobar

¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Esa es una pregunta muy famosa que se ha dicho desde tiempos remotos para demostrar que hay cosas en esta vida que parecieran ser cíclicas, que el orden cronológico del efecto causa-consecuencia a veces se ve cubierto por una bruma nos hace dudar de las situaciones más simples.
Mi nombre es Charles. Ese es el nombre que me dieron mis padres adoptivos, Frederick y Belinda, una pareja de descendientes irlandeses de clase alta que nunca pudieron tener hijos y que decidieron adoptar en secreto a la única guagua pelirroja del hogar de huérfanos de la capital.
Frederick y Belinda cuidaron muy bien de mí. Me dieron todo el cariño que su adulta edad anhelaba entregar a un hijo y la mejor educación que su buena situación económica podía pagar. –Padre es el que cría, no el que engendra– escuché muchas veces decir a los profesores en el instituto donde estudié y nunca dudé de esa aseveración aunque, a decir verdad, jamás imaginé que yo fuera parte de esa realidad. Sólo vine a saber que me habían adoptado cuando Frederick y Belinda me lo contaron a penas cumplí los dieciocho años. Como era de esperarse, mi cariño por ellos no sufrió cambio alguno; habían sido mis padres desde mis más infantiles recuerdos y lo serían hasta el día de mi muerte. Sin embargo, la curiosidad que siempre me caracterizó me hizo investigar los motivos por los que mis padres biológicos me habían dado en adopción. ¿Habrán sido muy pobres como para criarme? ¿Habrán sido adolescentes sin el apoyo de sus padres?
A los diecinueve años, yo me encontraba estudiando física en la más prestigiosa universidad del país, pero aun así me hice el tiempo para ir al hogar desde donde fui adoptado y así averiguar mi origen. Al parecer había estado tan pocos días en ese lugar pues no tuve recuerdos de haber estado ahí. Me hicieron pasar, me identifiqué, expliqué mi situación, algunas encargadas buscaron en los registros pero el nombre de mis padres estaba vacío. No me sorprendí; pocas cosas en mi vida habían resultado al primer intento. Imaginé que alguna de las trabajadoras más antiguas del lugar podría recordar mi caso, así que pedí hablar con ellas. Efectivamente, un par de ancianas recordaban al único niño pelirrojo que habían tenido en mucho tiempo. Corroboraron que fue una pareja de adultos también pelirrojos quienes me adoptaron, pero me dijeron que respecto a mi origen se sabía poco: un veinte de agosto (el día en que mis padres adoptivos celebraban mi cumpleaños) una mujer joven, de tez blanca, rostro delgado y pelo negro había llegado al hogar con un bebé en brazos y pidió hablar con los encargados para realizar los trámites necesarios y así dar su hijo en adopción. La secretaria le pasó una ficha para llenar algunos datos de identificación y entró a buscar a su superior pero, cuando ambos regresaron a la sala, la mujer se había ido y había dejado al niño en una silla envuelto en una cotona blanca. En la ficha había escrito Carlos, los números y el tiempo te ayudarán a reencontrarme. V. A pesar de lo intrigante del mensaje, ahora al menos sabía tres cosas: mis padres adoptivos me nombraron Charles por ser el equivalente inglés de Carlos, mi madre biológica esperaba que la contactara de alguna u otra manera y su nombre comenzaba con V.
 Sin tener otras pistas más que las de ese mensaje, volví a mi vida universitaria. Los años pasaron, terminé mi carrera, hice un magíster y un doctorado en ciencias y comencé a trabajar en el departamento de investigación de la universidad. Con mi equipo trabajamos en varios estudios pero debo reconocer que mi sueño siempre fue el intentar viajar en el tiempo, tal como en los libros de Julio Verne, J.J. Benítez y en la saga de películas Volver al Futuro, por lo que me dedicaba a ese sueño ocupando los equipos del departamento en cada momento libre que tenía. Inclusive llegué a pensar que esos números y tiempo del mensaje de mi madre biológica se refería a que debía conseguir volver al pasado y encontrarla ese veinte de agosto antes de darme en adopción. En fin, aunque resulte algo increíble para los no familiarizados con la vida científica, de mis investigaciones obtuve buenos resultados. Detalles técnicos no daré en este relato pues a fin de cuentas esos estudios los realicé de manera individual y soy yo el responsable de mis actos. Sin embargo, debo contar que cierto día, en la sala de aislación, logré invertir en proceso de muerte de un girasol, desde estar marchita hasta estar completamente lozana. Lamentablemente, a los pocos días de conseguir ese gran logro, un mensaje desde la dirección del departamento de investigación de la universidad me reprendía por utilizar los equipos del departamento en estudios que no fueran los detallados en mis informes. Con ello, me prohibían continuar con dichos experimentos y, además, me amonestaban con cierta cantidad de horas para el departamento de educación en enseñar a los alumnos nuevos del magíster en ciencias. ¡Todo ese avance se vería interrumpido por dar clases!
Pero no todo fue malo. Impartiendo clases fue cuando conocí a quien sería mi gran amor y cómplice en mis estudios del tiempo. Un día, entregando unos trabajos escritos que había revisado anteriormente, llamé a Vuisa Stevenson. Delante de mí se detuvo una joven muy hermosa, delgada, de tez blanca y cabello pelirrojo como yo. –Me llamo Luisa. Perdón, pero mi letra a veces no es muy clara –me dijo. Además de su atractivo físico, Luisa resultó ser una alumna muy destacada en el área de las ciencias. Me cayó muy bien, y al parecer el sentimiento era recíproco, pues al poco tiempo comenzamos a salir juntos. Recibió su grado de magíster y, además, comenzó a trabajar junto a mí en el departamento de investigación de la universidad. Con el paso de los meses, nuestra relación se hizo muy estable. Hasta tuvimos intenciones serias de tener hijos, pero la falta de tiempo nos hizo razonar que por el momento no podríamos dar un entorno familiar apropiado, así que cierto día nos conformamos con adoptar una pequeña gata siamés que apareció en nuestra puerta, junto a una pequeña cama acolchada, a la que bautizamos como Voyage.
Terminado mi periodo de “castigo” haciendo clases, aunque ahora con una gran aliada en mis proyectos personales, volví a los estudios del departamento y también, secretamente, a mis experimentos en viajes temporales. Ésta vez, los resultados fueron aún más sorprendentes y se dieron en un tiempo más breve. Invirtiendo la polaridad de los equipos en la sala de aislación, logré retroceder el tiempo por algunos segundos en toda la sala, excepto en una pequeña cápsula al interior de ésta, a la que llamamos Cápsula del Tiempo. El regreso en el tiempo debía ser, eso sí, en un periodo menor a la fecha en la que había fabricado la cápsula pues, con un destino más prolongado, no existiría cápsula en donde re-aparecer. Esto significaba que, a una escala mayor, podríamos modificar el tiempo en todo el espacio que nos rodeaba, viajando dentro de una Cápsula de mayor tamaño en la que puedan ingresar viajantes humanos.
Todo iba viento en popa hasta que comencé a notar la presencia de ciertos personajes ajenos a la universidad vestidos de traje oscuro que vagaban por el departamento de ciencias. A veces los veía a cuando salía de mi oficina, afuera de las salas de experimentos, en las reuniones de personal e incluso en el casino durante las horas de almuerzo. Luisa también los notó, lo que demuestra que no eran alucinaciones mías. Imaginamos que ciertas personas habían descubierto nuestra investigación y estaban intentando averiguar nuestros resultados, por lo que decidimos continuar nuestros experimentos en casa y sólo utilizar los equipos de la universidad cuando fuese estrictamente necesario.
Fue en este periodo cuando Luisa quedó embarazada. Lo habíamos decidido así ya que estaríamos menos horas en el trabajo y podríamos dedicarnos a las labores hogareñas con más esmero. Le pedí a Luisa que, por seguridad del embarazo, se mantuviera al margen de mis experimentos en mis estudios del tiempo y estuvo de acuerdo. Pensé que alguna emisión electromagnética de los instrumentos al momento de invertir el giro subatómico podría afectarla, pero jamás pensé que el riesgo vendría más bien desde otras personas. Un día, en el correo de mi casa, apareció un papel impreso solo con las palabras We know about your secret experiments. Quit them. Pero me era imposible abandonar mis estudios ahora; necesitaba realizar una última prueba de inversión del tiempo. Ésta vez, con un ser vivo más grande que una flor.
Confiado en que el Viajante del Tiempo no sufriría daño en ningún aspecto, a los pocos meses manejé hasta el departamento de ciencias de la universidad con mi gata Voyage en su cama acolchada sobre el asiento trasero de mi auto. Una vez allá,  ingresé los datos necesarios al computador central de la sala aislada, coloqué a la gata al interior de la Cápsula y en ese momento comprendí que no había sido casualidad que ese animal haya aparecido unos meses antes en la puerta de nuestra casa. Mis últimos estudios me capacitaban para enviar Viajantes a un tiempo diferente, pero también para cambiar de lugar físico, y el lugar por defecto que tenía ingresado el computador en ese momento era la entrada de mi casa. El único problema era que, cambiando la ubicación del destino, no existía la posibilidad de viajar de regreso a nuestro tiempo real. Me despedí de la bella mascota y, sabiendo que en el pasado la reencontraríamos a la entrada de nuestra casa, la envié atrás en el tiempo a ese día en que la habíamos encontrado y adoptado. ¡Mis experimentos habían logrado resultados que cambiarían a la humanidad! Pero ¿estaría la humanidad preparada para conocer dichos resultados? Con mi mujer no estábamos tan seguros de ello. Por algún u otro motivo, cierta gente estaba intentando apoderarse de nuestros resultados por la fuerza. Eso nos quedó claro un día martes en que Luisa estaba sola en casa. Notó que un auto se detuvo afuera de la casa y se bajaron tres hombres vestidos de traje oscuro, tal como los que habíamos visto en la universidad. Caminaron hacia la entrada pero no golpearon la puerta principal, sino que comenzaron a recorrer el exterior de la casa. Luisa notó que algo malo podía suceder, así que se escondió en el cuarto subterráneo secreto en donde teníamos algunos instrumentos de experimentación. Desde el monitor que teníamos en el interior de ese cuarto conectados a las cámaras de la casa, Luisa vio cómo los tres hombres rompieron una ventana, entraron a la casa, destruyeron todo lo que encontraron al interior de las habitaciones y abrieron cada cajón de los muebles. Claramente buscaban algo puntual, pues no se llevaron nada, excepto un pequeño laptop que, en realidad, sólo ocupábamos para traspasar las fotos que tomábamos con la cámara digital.
Cuando regresé a casa, Luisa me contó lo sucedido y nos dimos cuenta que las amenazas ya se estaban volviendo serias. Ni pensar en qué nos harían si llegase a publicar mis resultados, los que yo ya había comenzado a escribir en un computador al interior del cuarto secreto de mi casa. Luisa estaba a punto de dar a luz, así que decidimos tomar medidas precautorias. Mientras duró el embarazo, no volví a realizar experimentos relacionados con el tiempo, nos mudamos a otro sector de la ciudad e intentamos cambiar un poco nuestra apariencia física para despistar a quienes nos seguían: yo me dejé crecer el pelo y la barba mientras que Luisa se tiñó el pelo negro.
El nacimiento de nuestro hijo, al que bautizamos como Carlos (como mis padres biológicos me habían llamado), fue una gran felicidad para ambos, incluso mayor que la experimentada por los resultados de nuestros estudios. Logré comprender que el mayor triunfo para la humanidad en términos temporales es la perduración de nuestra propia especie a través de nuestros hijos y que pasado y presente solo existen con el propósito de aportar conocimiento y bienestar para las futuras generaciones. Lamentablemente, no todos comprendían la felicidad de esa manera y el poder del Viaje en el Tiempo que yo había conseguido era más importante.
Nuestra felicidad como familia solo duró algunos días. Un viernes en la tarde, después de que casi todos los otros trabajadores se habían retirado del departamento, yo me encontraba solo analizando unos resultados en el computador de mi oficina en la universidad cuando sentí que golpearon la puerta. Me saqué los lentes, miré en dirección al pasillo y, sin abandonar mi asiento pregunté –¿Quién es?– pero solo hubo silencio de respuesta. Intrigado, me puse de pie y caminé hacia la puerta. No alcancé a llegar a ella, pues ésta se abrió violentamente desde afuera. En cosa de segundos vi un hombre de traje oscuro, una pistola apuntándome, un fogonazo amarillo-rojizo y, luego, mucho calor en mi cuello. El impulso me había tumbado en el piso de mi oficina. Sentí un terrible dolor y me toqué con mi mano derecha, la que inmediatamente quedó empapada en sangre. –¡The results! ¡¿Where are they?!– preguntó el tipo de traje oscuro. Con mi mano izquierda apunté el computador del escritorio y vi que la sangre ya teñía mi manga hasta la altura del codo. El matón tomó el computador y salió velozmente de la oficina. Nuevamente no tendrían lo que buscaban, pues los únicos resultados que había eran los de una nueva capa de trasparencia y otros estudios de la universidad. Mis anotaciones respecto al Viaje en el Tiempo estaban en mi mente. Con mi mano izquierda saqué mi celular del bolsillo, aunque no podía hablar bien llamé a Luisa, le pedí que viniera a la universidad y esperé sentado en el suelo de mi oficina. La casa a la cual nos habíamos mudado estaba cerca de la universidad, por lo que Luisa se demoró tan solo unos minutos en llegar a mi oficina. Vino con el pequeño Carlos en brazos. Al verme sangrar, dio un grito de terror como el que nunca había escuchado anteriormente. Traté de calmarla como pude, le pasé una de mis cotonas blancas para cubrir al niño y, sabiendo que el asesino volvería por mí o por Luisa luego de comprobar que en el computador no había nada de lo que buscaban, los llevé hasta la sala aislada, hice que entraran juntos en la Cápsula del Tiempo, ingresé la información necesaria en el computador central, me despedí de ellos a través del vidrio y los envié a un veinte de agosto, treinta y cinco años atrás. ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?


miércoles, 20 de marzo de 2013

Palíndromo (Cuento)


Palíndromo
Patricio Escobar

Estaba profundamente dormido cuando escuché una voz femenina muy cerca de mi oreja que me dijo “oye, despierta”. Pensando que era mi polola, desperté, vi que ella estaba de pie en el living con el refrigerador abierto a punto de irse a trabajar. Era muy temprano y aún estaba oscuro.
–¿Qué pasa? –le pregunté algo asustado.
–Nada, ¿por qué?
–Me acabas de decir que despertara.
–Yo no he dicho nada. Estabas soñando –me dijo.
–Ah, ya –y volví a apoyar mi cabeza en la almohada color anaranjado.
Un par de minutos después, mi polola se acercó a la cama, me dio un beso y se despidió de mí. Yo seguí durmiendo porque esa semana me tocaba turno de noche en distintos eventos. Un rato después, desperté porque escuché ruidos en el living. Me levanté, abrí la puerta y vi que mi polola estaba en el departamento, muy callada, con la puerta abierta. Afuera, en el pasillo, había dos policías escribiendo en unos cuadernillos.
–¿Qué pasó?
–Me asaltaron.
–¡Chuta!, ¡¿pero cómo?!
–Iba caminando a tomar la micro cuando vi que había tipo ofreciendo instalación de TV cable e internet. Me detuve a preguntar por los precios, el tipo le pidió mis datos para llenar un formulario y de repente agarró mi bolso y salió corriendo.
–Pero pucha ¿Cómo te pones a averiguar eso en la mañana yendo a la pega?
–Si sé. Si sé que la embarré.
Sentí ganas de salir corriendo e ir a buscar al maldito para molerlo a golpes. Como soy guardia de seguridad, tengo buen físico y podría dejar en coma a cualquier persona si le pegara con rabia.
–¿Te acuerdas algo de la cara del ladrón?
–Era flaco, de pelo negro y crespo, con un bigote hipster.
–Pucha. ¿Y qué tenías en tu bolso?
–Todas mis cosas poh. A parte de los libros de la pega, iba mi billetera con cien mil pesos que ayer había sacado del cajero, mi cepillo de dientes, mi cosmetiquero… pucha, ¡que rabia!
         Sabiendo que en realidad no había nada que yo pudiera hacer, simplemente la abracé y ella se puso a llorar.


Estaba de infiltrado en una empresa de no sé qué y la verdad es que tampoco me interesaba. Con los cien mil que me había conseguido hace poco, me había comprado ropa de oficina, así que me había colado con los otros trabajadores vistiendo pantalón de tela, camisa arremangada y corbata. Al bajarme en un piso (cuyo número no recuerdo) comencé a caminar por los pasillos mientras miraba hacia el interior de las oficinas por sus grandes ventanales. Encontré a la derecha una oficina vacía que al parecer era ocupada para reuniones: tenía una gran mesa con sillas giratorias de cuero alrededor, una pizarra blanca, un gran televisor pantalla plana en una de las murallas y un mapa. Me metí a revisar qué podría robar y me encontraba en esa tarea cuando un grupo de viejos canosos entró a la sala. Me dio la impresión que eran peces gordos de la oficina.
–Oye. La otra sala está muy oscura, así que vamos a ocupar ésta –dijo uno de ellos, el más alto y robusto del grupo. –Anda a buscar el control remoto del proyector de ésta sala.
No debía parecer sospechoso, así que respondí afirmativamente y vi el número de la sala: 252. Antes de salir, noté que una de las viejas entró una bandeja con una botella azul de vodka y varios vasos chicos de vidrio.
–¡Vaya reunión! –pensé.  –La pasan malito.
Como había robado antes es una empresa, supuse que las llaves  y elementos de los equipos de las salas deberían estar en una oficina a la entrada del piso, así que me dirigí a los ascensores y efectivamente ahí había una pequeña oficina. Al entrar, caminé al mesón del fondo y vi a la encargada, una joven delgada, morena, de pelo oscuro y melena. Al acercarme noté que estaba bastante ebria, pues se movía tambaleante y tenía la mirada perdida. Al mirarme, se echó hacia adelante apoyando sus codos sobre el mesón.
–Hoooola... ¿Qué buscai?
–Hola. Eh… oye, necesito el control remoto del data de la sala 252.
–Mmm ya, pero ¿Pero pa’ qué tan apurado?
         La encargada comenzó a coquetearme. Me sonreía y se movía lascivamente. Mi misión en ese lugar era otra, pero oportunidades como ésa no se desperdician, así que comencé a seguirle el juego.
–Los viejos entraron a una reunión y van a ocupar el proyector. Tu cachai. –le dije, mientras apoyaba un codo sobre el mesón y la miraba a los ojos.
–Me gusta tu bigote. ¿Sabes? Ando sin ropa interior. Mira.
         Tomó los tirantes de su vestido, se los bajó por los brazos y dejó gran parte de su escote a la vista.
–Uuuh, mira tú. Oye, pero tápate porque hay cámaras.
–Pero mira, compruébalo.
         Agarró mi mano derecha, la acercó a su pecho y corroboré que estaba sin sostén.
–Eh… ya poh. Podríamos aprovechar el impulso entonces. ¿A qué hora sales?
–Así como ahora. Oye, podríamos ir a tu casa, pero trae copete si poh.
         Recordé que los viejos tenían una botella azul de vodka en la “reunión”.
–Dale. Yo traigo vodka. Pásame el control y vuelvo al tiro.
La chiquilla se relamió los labios, abrió una cajonera y me pasó un control remoto de proyector con el número 252. No recordaba si ése era el número correcto, pero igual lo tomé y me fui a la sala. En el camino, un tipo de lentes me miró y me dijo –Ah, ¡excelente!– mientras me levantaba el pulgar de su mano derecha. Pasé de largo y seguí rápido hacia la sala. Toqué la puerta y entré. Los viejos estaban también algo ebrios, así que después de pasarle el control remoto a uno de ellos, tomé la botella azul de vodka sin que se dieran cuenta, la escondí detrás de mí y salí ágil de la sala. Me dirigí casi corriendo a la oficina de la encargada de las llaves, pero ella ya no estaba allí. La busqué por otras oficinas por varios minutos hasta que finalmente me di por vencido. Ya llevaba mucho tiempo en ese edificio, así que por mi seguridad debía irme.
–Bueno, al menos me llevo media botella de vodka.
Caminé hacia los ascensores para salir del edificio, pero al doblar por el pasillo vi un grupo de cinco policías caminando hacia mí, guiados por el tipo de lentes que había visto unos minutos antes, quien me apuntó con su dedo y dijo “señores, ahí está”.


Estaba en camino al gimnasio del liceo en donde yo había estudiado porque iba a haber una tocata de Mekanika y otros grupos y yo me había conseguido un pituto de tramoya. En la pega me había tomado unos cortos de vodka de las reuniones de los gerentes y, como no había comido nada, me había hecho efecto rápido. Iba harto mareada la verdad. Recordé que antes de irme de la empresa me habían pedido un control remoto y no me acordaba si se lo había pasado o no.
–Da lo mismo, si me echan nimporta. Ya estoy chata de esa pega.
         Parece que se me notaba mucho la cara de curá porque mucha gente me miraba en la micro y yo no iba haciendo nada de raro que digamos, aparte de sacarme el vestido y ponerme la polera y los jeans que andaba trayendo en la mochila.
         Cuando llegué al liceo, entré por la puerta lateral y me dirigí al gimnasio. Ya había mucha gente moviéndose e instalando cosas. Entre ellos, vi a mi amigo Felipe que fue quien me había conseguido este pituto.
–Paula, que bueno que viniste, necesitamos más manos.
–No, no estoy curá.
–¿Qué?
–No, que gracias, que démole’ ma’.
–Bacán. Ya, mira, anda allá con ese grupo de chiquillos y espérame. Les voy a traer unos autoadhesivos.
         Caminé como pude hasta el grupo de cabros. Al parecer eran estudiantes actuales del liceo. El piso estaba lleno de cables para todos lados, lo que hacía más difícil el caminar.
–Hola cabros.
–Oye, ¿tú erís la Paula?
–Ehh, si, ¿Por qué?
–¿Es verdad que tiraste con el batero de Mekanika cuando estudiaban aquí en el liceo? Mi hermano me contó.
         Me sentí tan famosa.
–¿Y cómo se llama tu hermano? –Le pregunté
–José, José Cornejo. Estuvieron en el mismo curso en cuarto.
–Ah, sí. Sí me acuerdo de él –de hecho, parece que había tirado con él también, pero como estaba curá no me acordaba bien. Igual no se lo conté. –Si poh, si estuve con el batero, el Martín.
–Oh, la volaíta.
         En ese momento regresó Felipe con unos papeles en las manos.
–Ya chiquillos. Aquí tienen unos autoadhesivos para que se pongan en la polera, uno en el pecho y otro en la espalda. Con eso sabremos que están trabajando y pueden moverse libremente por el sector en caso que los mandemos a buscar, recoger o arreglar algo.
–¿Staff? ¿Eso no es como Cosa en inglés? –preguntó uno de los chiquillos.
–No, bruto. Ese es con U –respondió la niña del lado.
–Ah, verdá.
–¿Están listos? Necesito que vayan a juntar todo lo que haya en la pista y desocupen el gimnasio. Tiren las cosas a los camarines. Paula, a ti te voy a dar otra tarea. Sígueme.
         Seguí al Felipe hacia atrás del escenario y entre todos los amplificadores y cables había una caja chica de madera con forma de ataúd.
–Paula, necesito que le pongas huincha  de embalaje a esta tapa y se quede fija. En un momento el vocalista de Mekanika la va a tomar y va a hacer como si fuese guitarra.
–Ah ya. Listo, yo lo hago.
–Dale. Cuando estís ready, me avisai y vemos otra cosa.
         A penas el Felipe se fue, comencé a ponerle tiras de huincha a la tapa pero sentí que me tocaban el hombro.
–Hola Paula, tanto tiempo.
–¡Martín! Hola. Si poh, hace rato que no nos vemos.
         Se me olvidó que estaba tapando la caja. Martín me contó de la banda, las canciones nuevas y del viaje que hicieron pa’l norte a tocar. También me contó del video que grabaron y subieron a Youtube. Hablamos harto rato. La verdad es que él hablaba más, porque yo miraba lo mino que estaba. Andaba con una polera sin mangas y tenía el pelo largo y la barba crecida. Sentí que la vendí con haberlo dejado y haberme mandado a cambiar.
–Paula, ¿terminaste con la caja? –dijo el Felipe.
–Ah, sí, voy al tiro –le respondí. –Me tengo que ir Martín. Hablemos de ahí poh.
–Sí, yo también me tengo que ir a practicar un poco más, vine a buscar otras baquetas. Después hablamos. ¡No te vayai a la salida!
         Después de eso, el Felipe me mandó a hacer otras cosas y me olvidé completamente de la caja con forma de ataúd. Sólo recordé que la tapa no estaba bien pegada horas más tarde, cuando Mekanika ya estaba tocando en el escenario y al vocalista le pasaban la caja en las manos.
–¡¡Música directo desde el otro mundoooooo. Guuaaaaa!! –gritó el cantante.
         Quise hacerle algún gesto para que parara, pero todo fue tan rápido. Miré al Martín que estaba en la batería, pero estaba muy concentrado moviendo los brazos y la cabeza. Pensé en buscar al Felipe para decirle que la caja no estaba bien pegada, pero ya era muy tarde: el vocalista tomó la caja, la levantó por sobre su cabeza, luego la bajó rápidamente con un movimiento circular como para arrojársela al público, pero la tenía agarrada a su cuerpo con un colgador de guitarra. Sin embargo, la tapa del mini ataúd salió volando y terminó golpeando fuertemente la cabeza de uno de los guardias que estaba a los pies del escenario de frente a la multitud. El guardia cayó inconsciente al suelo. Yo me acerqué corriendo y le tomé la nuca. Tenía mucha sangre.
–Oye, despierta –fue lo único que atiné a decirle al oído.


domingo, 17 de marzo de 2013

Revolución en grafito (cuento)

Revolución en grafito
Patricio Escobar

Según recuerdo, la cosa comenzó cuando desperté en el suelo del baño. ¿Me habré desmayado o resbalado con algo? La verdad es que me preocupé un poco. Comencé a ponerme de pie, despacio, para corroborar que no tuviese nada roto. Todo iba bien: mis brazos y piernas respondían correctamente, mi espalda (aunque fría) no presentaba dolor, mi cabeza estaba calma. Apoyé mi antebrazo derecho en la orilla del lavamanos, me impulsé con mi mano izquierda sobre la tapa del retrete para terminar exitosamente de pie. Sin embargo, esa pequeña victoria no tuvo mucho tiempo para ser celebrada. Al mirarme al espejo, una nueva interrogante cruzó mi mente: ¡¿Por qué diablos tenía la cara completamente negra?! Todo mi rostro había sido deliberadamente teñido con alguna sustancia oscura. Además, las mangas de mi camisa y las piernas de mi pantalón presentaban pequeños orificios y, por si eso fuera poco, mis manos y pies (los que, por cierto, estaban descalzos) tenían manchones oscuros y punzantes que me recordaron a las “quemaduras indias” que solíamos hacer en la época de estudiantes. Por un segundo pensé que había sido objeto de alguna broma, pero el hecho de estar solo con mi novia en la casa hacía de esa opción algo improbable. Comencé a analizar la pintura de mi rostro: era de color negro, pero no densa; no olía a pasta de zapatos, plumón, témpera ni al maquillaje de mi novia. Era más bien como… ¡lápiz mina! Fue en ese momento en que, mediante imágenes relampagueantes, recordé la experiencia vivida un par de horas antes.
Había llegado a mi casa después de un largo día de trabajo. Lancé las llaves sobre la mesa, dejé mi bolso en el suelo, me saqué la chaqueta y la colgué en el respaldo de una silla, deshice el nudo de mi corbata y abrí los dos primeros botones del cuello de mi camisa. Tomé unos sorbos de la botella de bebida que estaba en el refrigerador y caminé hacia la habitación buscando la comodidad de la cama. Abrí la puerta, encendí la luz y algo me detuvo: cientos de lápices de mina estaban en el suelo, con sus puntas afiladas hacia arriba y perfectamente ordenados como en escuadras que formaban compañías. Detrás de ellos, veinte sacapuntas metálicos parecían estar listos para apoyar a sus camaradas de madera y, a ambos flancos, doce lápices de colores montaban gomas de borrar.
–¿Pero qué tontería es esta? –exclamé y me dispuse a patear los lápices que tenía más cerca, pero no noté que un ágil compás había atado el cordón de mi zapato derecho con el izquierdo y perdí el equilibrio, cayendo de espaldas sobre la alfombra.
Desde el suelo, y  su misma altura, vi un único lápiz de mina chino amarillo con goma rosada en la punta que gritó –Su injuria no quedará impune ¡Al ataque! –y todos los lápices de mina comenzaron a marchar hacia mí emitiendo un sonido ordenado y repetitivo. Dando pequeños rebotes, las gomas acercaron a los lápices de colores quienes se repartieron entre mis piernas y brazos. Ya cerca de mí, dieron un gran salto y los lápices cayeron enterrados como estacas a través de la tela de mi camisa y pantalón dejándome inmovilizado. Los lápices de mina comenzaron a rayar ágilmente mi cara, humedeciendo su punta primero en mi boca, la que era sostenida abierta por dos clips que tomaron forma de ganchos. Una vez gastados los lápices saltaban hacia atrás y una nueva oleada tomaba su posición. En la retaguardia, los sacapuntas sonaban como taladros alistando a los lápices recién ocupados y así poder reincorporarse al ataque. Un par de lápices porta mina lanzaban sus puntas por el aire como flechas intentado darme en los ojos, pero afortunadamente yo los cerraba a tiempo. Todo el tiempo intenté liberarme para contraatacar, pero me era imposible, sobre todo por el dolor que producían las gomas de borrar que se frotaban incansablemente contra mis manos y pies, por lo que sólo me quedaba gritar y aguantar.
Finalmente, luego de unos minutos luchando así, el lápiz de mina chino se acercó a mi cara, me dijo –Nunca vuelvas a ofender a los unicornios ancestrales–, tomó una goma de borrar la elevó por sobre su punta y me dio un fuerte golpe en la sien. Supongo que perdí el conocimiento y me arrastraron al baño, que fue donde desperté a las horas después.
¿A qué ofensa se refería el lápiz chino? Aquí, frente al espejo, con la cara negra, la ropa perforada y las manos y pies quemados, lo medité y supuse que se refería a lo que había sucedido ese mismo día en la mañana. En un determinado momento, mientras revisábamos las cosas que debíamos llevar al trabajo, mi novia me dijo –Amor, si necesitas lápices de mina, en la oficina me dieron hartos, igual que gomas, sacapuntas y otras cosas.
Yo, desde el punto de vista de un usuario de la era digital, le respondí inmediatamente –¿Lápices de mina? Pppfff, eso es pa’ los prehistóricos. Ya nadie ocupa esos cachureos. Yo que tú los tiro a la basura no más–. Mala idea haberlo dicho. Mala idea también haber masticado lápices tantas veces.
Mientras me limpiaba la cara con agua y jabón, recordé haber leído una vez a alguien que aseguraba que la energía universal permitiría un día a los objetos inanimados moverse y tomar venganza por los maltratos e insultos humanos. Quizá éste era el día.

miércoles, 13 de marzo de 2013

El grano (cuento)

El grano
Patricio Escobar

Todo empezó una noche en que dormía junto a mi novia. Sentí una molestia en el lado derecho de mi labio inferior y pensé que era una espinilla como muchas anteriores, así que comencé a intentar reventarla con los dedos índice y pulgar de mi mano derecha, pues mi brazo izquierdo estaba junto con la almohada bajo el cuello de mi amada. Hice movimientos lentos para no despertarla, pero apreté fuerte para terminar pronto con la molestia en el labio. Sin embargo, luego de varios intentos, me di por vencido pues la molestia continuaba y el dolor, en cambio, se había incrementado. Me dormí.
A la mañana siguiente, cuando me desperté y fui al baño a lavarme los dientes, me miré en el espejo y noté un grano rojizo oscuro en el lugar en donde la noche anterior había tenido la molestia. El dolor continuaba igual y la apariencia de ese grano no era agradable a la vista. Menos mal la sombra de mi bigote le quitaba un poco de importancia. –Ah, entonces no era espinilla, sino un herpes –pensé, y no seguí preocupándome. –No recuerdo haber tenido herpes, pero dejaré que se seque solo… o algo.
Durante todo el día me olvidé de ese grano, pero en la noche fue inevitable notarlo frente al espejo: continuaba de color rojo oscuro, pero ahora su tamaño era el de una arveja. De hecho, me pesaba en el labio. –Vaya que está feo eso. Ojalá se pase durante la noche –y me fui a acostar. Por precaución, tuve que contarle a mi novia y así evitar besarnos para no contagiarla. Ella entendió, pues ambos pensamos que era temporal. Nos dormimos.
A la mañana del tercer día, desperté con la cara de mi novia muy cerca sobre la mía. Tenía una expresión de preocupación y estaba concentradísima mirando mi grano. –¿Fuiste al baño durante la noche? –me preguntó y respondí negativamente. –O sea, no te has visto eso –me dijo, y comencé a preocuparme. Me levanté, me dirigí al baño y en el espejo vi que el grano había aumentado aún más su tamaño, hasta ser el de un poroto. La piel de mi labio estaba totalmente estirada hacia el lado derecho por las dimensiones del misterioso grano. –Mmm, parece que tampoco era herpes –dije. Mi novia, preocupada, insistió en que debería ir al doctor para asegurarnos que no fuese algo tan terrible, pero las obligaciones del trabajo eran tantas que no me dejaban tiempo libre como para ello.  –Pide licencia –me dijo y yo me eché a reír. –Tengo solo un poroto. Cuando tenga la olla completa iré al médico –respondí. La verdad es que nunca me ha gustado ir al doctor. Ni al dentista. Ni a la peluquería.
Ese día, era casi imposible pasar desapercibido. Muchos se quedaron bastante tiempo mirando ese gran grano oscuro en mi labio. Los que no, supongo, pensaron que era un lunar o alguna especie de tumor. –¿Tumor? ¿Existirá algo así como un tumor labial? –y comencé a preocuparme de verdad. En el trabajo, mis colegas se quedaban pegados y se llegaban a poner turnios examinando la protuberancia. –Compadre, esa cosa está fea. De verdad que deberías ir al médico–. Quizá mi novia y todos mis colegas tenían razón.
A la mañana del cuarto día, el dolor era terrible. Intenté tocarme el grano con mi dedo índice, pero el mínimo roce hizo que emitiera un quejido. Fui raudo al baño y me miré en el espejo. ¡El grano estaba del porte de una uva!
–Amor, tengo que ir al doctor.
–¿Qué? ¿Emboque y algodón?
–Que voy a ir al médico a verme este grano
–¿Américo Abel desterrado?
–¡Corta el leseo! ¡Esta cuestión es un tumor!
–¿Es cabezón el plumón? ¿Qué estás diciendo? ¡No te entiendo nada!
En ese momento, noté que ya ni siquiera podría pronunciar bien por el abultado labio inferior. Si seguía así, tendría que empezar a comunicarme escribiendo, cosa que tampoco sería muy efectiva por mi letra pseudo reptiliana. Tomé un plumón y en la pizarra de la cocina escribí –llama a mi jefe. Voy a faltar para ir al médico–.
Mientras me colocaba el pantalón, escuché a mi novia llamar a mi trabajo y avisar de mi inasistencia. Al parecer, comprendieron de inmediato que era por causa del grano y no pusieron mayores objeciones. Me senté en la orilla de la cama para ponerme las zapatillas. Me agaché para tomar una de ellas estirando mi brazo derecho y, junto con sentir una presión en el labio, vi muchas manchas circulares parpadeantes y luego… todo negro.
Estimado lector, a continuación procederé a entregar a usted una lista de alternativas para continuar la presente historia. El menú incluye: una comedia con un leve toque de ciencia ficción, un drama de época con mucha cebolla, una intriga pseudo médica llena de tecnicismos y mazamorra, y finalmente un relato de apocalipsis zombie con mucho condimento. Escoja Ud. la que más le agrade. Podrá, también, leerlos todos en el orden que quiera y así elegir su preferido para disfrutarlo nuevamente o recomendárselo a algún amigo. ¡Buen provecho!


I. Final de comedia y ciencia ficción.
Cuando desperté, estaba de espaldas en el suelo de mi habitación, junto a la cama de dos plazas. Vi el techo blanco, las cortinas azules, las murallas amarillo pálido. Me dolía un poco la cabeza.
–Amor, ¿estás ahí? Parece que me desmayé.
No recibí respuesta, pero al mirar hacia el otro lado de la habitación vi a mi novia semi escondida detrás de la puerta, con cara de susto, mirándome fijamente.
–¿Qué pasa? –le dije.
–Tu labio… –me dijo.
–¿Está muy mal?
–Nah, si sho estoy rebien, ¿vihte? –dijo una voz desconocida, muy cerca de mí.
Miré a mi novia y le pregunté “¿Quién dijo eso?”
–¡Pero qué boluuudo! Acá abajo, papa frita.
Me quedé unos segundos sin reaccionar. La verdad es que ni yo mismo creí lo que había pasado por mi propia mente. Me puse de pie, entré al baño, encendí la luz y me miré al espejo.
–Hola, ¿Qué hacés? –me dijo el grano, que ahora tenía una boca en miniatura
–¿PERO QUE MIER..?
–¿Tenés un poco de agua? Abrí la canisha que me muero de sed. A propósito ¿Qué hora es? ¿Sabés como salió el Boca? Uuy, pero ¡que sed! ¡Sacá una Quilmes, mujer! Che, decíle algo a la mina que no se mueve. ¿Está sorda o qué?
Y en ese momento, nuevamente todo se fue a negro.
Cuando desperté, me encontré acostado, cubierto con una sábana blanca, en un lugar desconocido. Con mi mano derecha, toqué una gasa puesta sobre mi labio inferior. Una enfermera joven se me acercó y me contó que, a los pocos minutos de haberme desmallado por segunda vez, mi novia llamó a una ambulancia y me trasladaron al hospital más cercano, donde me hicieron cirugía y extirparon el tumor hablador de mi labio.
–¡O sea que fue verdad!
–Sí. Los tumores parlantes de Unespetzinov pueden parecer cosas de novelas pero, dada las condiciones ambientales, surgen en el cuerpo de la gente. Aquí en el hospital usualmente atendemos estos casos. Son más comunes de lo que Ud. cree.
–Jamás me hubiese imaginado que tal cosa fuese posible. Tengo la garganta seca. ¿Sería tan amable de traerme un poco de agua, señorita…?
–Cora. Sí, claro. De inmediato vuelvo con un poco de agua.
Luego de éste incidente, el hombre continuó su vida normal. Renunció a su trabajo a los pocos meses y se volvió un renombrado novelista.
La mujer cayó en un cuadro de depresión y crisis nerviosa que la llevó a consumir té verde y chocolate en grandes cantidades.
El tumor comenzó a trabajar como guionista de comerciales de TV, con lo que resultó ser muy exitoso. Continuó siendo hincha del Boca Juniors.
Actualmente los tres viven felices en el sector centro de Santiago.


II. Final de drama de época.
Cuando desperté, me encontré acostado en mi cama, cubierto con una frazada. A pesar de estar completamente traspirado, sentía frio. Mi novia, sentada en el borde de la cama a mi lado izquierdo, me sostenía una mano.
–Tienes fiebre. Quédate tranquilo que ya mandé a un criado a buscar al médico del pueblo.
–¡Pero no tenemos con qué pagarle! –le dije.
–Tenemos un poco ahorrado en el florero de la chimenea. Con eso bastará –me respondió.
–Pero eso es lo que nos queda para la comida del mes. ¿Qué haremos luego?
–No te preocupes. Zurciré ropa y bordaré pañuelos para los vecinos. Tú sabes que desde muy niña mi madre me enseñó esas cosas.
En ese momento, se escuchan casquillos de caballo llegando al frontis de la casa y, unos metros más atrás, una carreta.
–Ese debe ser el médico. Vuelvo enseguida –dijo mi novia y salió de la habitación rozando su larga falda con el marco de la puerta.
Al entrar a mi habitación, el médico del pueblo me saludó. Se quitó su capa negra y sombrero de copa, dejó su bolso de cuero negro sobre la gaveta y se sentó en el borde de mi cama por el lado derecho.
-Necesito más luz. ¿Señorita, podría acercarme una vela? –dijo el médico y mi novia tomó la palmatoria que estaba en el mueble junto a la puerta, iluminando mi rostro.
–Debo serle sincero, Mr. Happytired, jamás había visto una protuberancia con éstas características. Me parece que esto es un tumor de Unespetzinov. Surgen por trabajar en lugares con mucho litio.
-¿Litio? Pero si mi novio es banquero.
–El primer caso de Unespetzinov registrado fue en Rusia a fines del 1800, pero la descripción del tamaño del grano era inferior a lo que Ud. tiene –dijo el médico.
–¿Cómo?, ¿Es que ha vuelto a crecer en estos minutos? –pregunté a mi novia.
–Sí, amor. Ahora luce como una frutilla, roja y con puntos blancos –respondió.
–Si queremos tener alguna chance de buenos resultados, debo intervenir de inmediato –dijo el doctor.
–Está bien. Le diré al criado que ponga agua a calentar. ¿Necesita Ud. alguna otra cosa, Doctor? –preguntó mi novia.
–Si, por favor, necesito paños limpios y más velas si es posible.
–De inmediato –y mi mujer salió de la habitación.
En ese momento, tomé al médico por su manga izquierda.
–Doctor. Dígame la verdad. ¿Mi vida corre peligro?
–Toda cirugía tiene su riesgo, Mr. Happytired.
–¡Es que no puedo morir! Al menos no aún. Doctor, debe hacerme vivir unas horas más, hasta la medianoche. Por favor, prometa que si algo sale mal, me despertará antes de las 12.
–Va a estar bien, Mr. Happytired –dijo el médico mientras inyectaba un calmante en mi brazo. Luego, todo se fue a negro una vez más.
Al despertar, por la ventana vi que el cielo ya estaba completamente oscuro. La habitación se encontraba lamentosamente iluminada por dos palmatorias y los tres candelabros de la habitación principal. Mi novia, el médico y el criado se encontraban alrededor de la cama. Noté cómo ella secó sus ojos llorosos con su pañuelo bordado y vi además la expresión triste de mi criado mientras miraba su sombrero de paja, el que afirmaba con ambas manos por delante de sus piernas. El médico estaba con su camisa arremangada. Se giró hacia mí y se acercó para conversarme en voz baja.
–La operación ha terminado, Mr. Happytired. Logré extraer el tumor y su labio necesita estar quieto, por lo que no puede hablar por ahora. Si necesita decirnos algo, debería escribir con la pluma que pusimos en su mano derecha. Eso sí, la fiebre sigue muy alta y necesitará muchos cuidados.
–¿Qué hora es? -escribí.
El médico metió su mano al bolsillo frontal de su chaleco, sacó un reloj de cadena, lo abrió y lo miró.
–En 5 minutos se cumplirá la medianoche –dijo mirándome a los ojos fijamente.
Con mi mano le indiqué a mi novia que se acercara. Ella, con los ojos aún llorosos, se puso de rodillas junto a la cama y tomó mi mano izquierda.
–Solos –le susurré. Entonces ella pidió al médico y al criado que abandonaran la habitación.
–Amor, no puedes hablar –me dijo mi novia.
–Estoy muriendo –le susurré –pero antes, necesito decirte algo.
El dolor en mi labio inferior era terrible cuando intentaba hablar, pero aun así, debía seguir.
–Levanta la pequeña alfombra y saca tres tablas que están sueltas –le indiqué, y ella lo hizo.
–Hay un pequeño baúl aquí –me dijo ella. Lo tomó y lo acercó a la cama.
En ese momento, el reloj de la habitación principal en donde estaba el doctor y el criado comenzó a sonar indicando que se habían cumplido las cero horas.
–Amor, oficialmente ya es tu cumpleaños. Espero que te guste tu obsequio. Los he estado juntando desde que te conocí y ahora que los conseguí todos coincidió con tu cumpleaños. Esperaba estar en mejores condiciones para entregártelo, pero las cosas se dieron de esta manera. Perdón por las veces que llegué tarde a casa, estaba trabajando horas extra en la única mina de litio para juntar dinero diferente del sueldo con el que contábamos mensualmente.
Mi novia abrió el baúl y sus ojos se llenaron de lágrimas. Era la colección completa de los libros de su autor favorito.
–Por favor, si necesitas dinero, vende los libros de mi colección, pero éstos consérvalos con cariño. Te quiero mucho.
Dicho esto, exhalé por última vez.


III. Final de intriga pseudo médica.
Cuando desperté, estaba siendo trasladado en una ambulancia. Me habían puesto cuidadosamente una mascarilla de oxígeno y con correas me sujetaron a la camilla. Uno de los dos paramédicos me inyectó algo en el brazo. El otro, se apresuró en abrir la puerta de la ambulancia cuando ésta se detuvo en frente de la sala de emergencias del hospital.
–Tenemos un caso de Aspiringacoliosis severa. Le administramos 200ml de Clariovilina y 100ml de Mantalexinina para estabilizarlo –dijo uno de los paramédicos cuando me llevaban por el pasillo.
–¿Y su pulso esternofalagoso? –preguntó una mujer de pelo largo, cotona blanca y estetoscopio al cuello.
–Sí, está estable.
–Llévenlo al quinto y háganle un escáner Mitopolisémico –fue lo último que alcancé a escuchar de la mujer de cotona blanca, antes que se cerrara la puerta volante del pasillo.
Entraron mi camilla al ascensor y una enfermera presionó el piso quinto.
–¿Se encuentra bien? –me preguntó el enfermero a mi izquierda y levanté mi pulgar indicando que sí.
–¿Cuantos dedos le estoy indicando? –me preguntó el enfermero mientras me mostraba tres dedos de su mano derecha.
Al abrirse la puerta del ascensor, los enfermeros sacaron mi camilla y me llevaron por un nuevo pasillo. A los pocos metros, entré en una sala con muchos monitores y sin abandonar la posición horizontal de mi camilla, mi cabeza entró en una estructura blanca muy iluminada. Un ruido eléctrico indicó que la máquina estaba haciendo su trabajo. No pude evitar sentirme Wolverine siendo objeto de experimentos en mutantes.
Luego del examen, me llevaron a una sala blanca con ventana en donde me pusieron un pijama gracioso y me acostaron en una cama con el torso algo levantado. Una enfermera entró, pasó un algodón con un líquido extraño en la protuberancia de mi labio y me preguntó si me había hecho una herida en el labio antes que apareciera el tumor. Le respondí que solo recordaba haberme herido un poco el labio unos meses atrás mientras masticaba las pilas del control remoto, extraña costumbre que heredé de mi padre, con el propósito de hacerlas durar un tiempo más. La enfermera solo se limitó a decir “mmm” y escribió rápidamente en unos papeles que apoyaba en una tablilla.
En un rincón de la sala, había una televisión encendida dando el Chavo del Ocho, específicamente el capítulo en donde Don Ramón se queda cuidando a curso del profesor Jirafales y les habla del símbolo que indica veneno.
–¿Me habré envenenado con las pilas? –pensé.
En una oficina del hospital, un médico se reúne con su equipo de doctores para analizar toda la información de mi caso.
–En un principio se creía que era un caso Aspingacoliosis severa. Se le administró 200ml de Clariovilina y 100ml de Mantalexinina, pero esta última lo único que hizo es que los felomenas de la protuberancia comenzaran a supurar –dijo la joven doctora de cabello largo.
–Entonces, ¿es efectivamente pus lo que hay en la protuberancia? –preguntó un médico negro de apellido White.
–Justamente para corroborarlo, envié a que le realizaran un Mitopolisémico. En estos momentos deberían estar llegando los resultados.
–¡Los tengo! –dijo un médico joven y de cabello rubio al entrar a la oficina. –No es Aspingacoliosis. Solo la primera capa interna es pus. El resto es un material más duro.
–¿Tumor Labial? –preguntó White.
–No. El paciente perdió la conciencia estando en su casa. Al llegar, los paramédicos notaron una fiebre intensa, por lo que el Tumor Labial queda descartado.
–Fiebre, desmayo, protuberancia con supuración bajo el efecto de 100ml de Mantalexinina…
–Es Unespetzinov –dijo el doctor Casas, quien estuvo todo el rato de pie, en silencio, junto a la ventana y mirando por entre las persianas.
–Pero si fuese Unespetzinov… el paciente debería estar teniendo alucinaciones en este momento –dijo el doctor White. –Este tipo de tumor surge por contacto directo de litio con la mucosa. Afecta el directamente el sistema nervioso central y sus consecuencias llegan hasta los lóbulos temporal y occipital.
–¡Lotería! Recuérdenme jugar, porque esta semana no lo he hecho. Respecto a las alucinaciones, ¡aaaaank!, incorrecto. Estas no aparecen si al paciente se le administran calmantes que aclaran la conciencia al estimular directamente esos lóbulos… –dijo Casas.
–…como los 200ml de Clariovilina –agregó la doctora de pelo largo.
–Solo han existido unos pocos casos de Unespetzinov en el mundo –acotó el doctor de cabello rubio con acento australiano. –El más antiguo fue próximo a una mina de Litio en Rusia en el siglo diecinueve.
–Así es. Y el más reciente en Sudamérica hace un par de años. Todos los casos han concluido en el deceso del paciente, pues se ha optado por remover el tumor. Unos murieron de inmediato, otros muchos meses después de extirpado el tumor –dijo Casas. –El problema es, entonces, lograr neutralizar el efecto del tumor, junto con su crecimiento, sin que el cuerpo note su ausencia y así evitar que éste comience a autodestruirse como los casos anteriores.
–Podríamos intentar tratar el tumor con una solución de Metifosfato y Estoniamol y así el tumor se inutilizaría y a la vez dejaría de crecer, quedando una masa inerte. Sin embargo, el labio del paciente quedaría con el tamaño actual para siempre –dijo el doctor rubio.
–Lo que afectaría el bello rostro de este niño bonito, convirtiéndolo en un monstruo horripilante como el doctor White. ¿No les parece? –dijo irónicamente el doctor Casas. El doctor White solo lo miró seriamente.
–A menos que se insensibilice el área temporalmente con Viniafestileno, se extirpe gran parte de la masa del tumor, dejando solo un pequeña parte funcional del núcleo y solo entonces se aplique la solución de Metifosfato y Estoniamol para inutilizarla –dijo la doctora de pelo largo.
–Vaya, ese cerebro está funcionando. Al parecer te has estado juntando mucho conmigo –exclamó el doctor Casas. –Llévenlo a pabellón y comiencen la cirugía aplicando 200ml de Viniafestileno
–Casas, estás intentando llevar a cabo un tratamiento que no existe hasta ahora. No hay estudios al respecto. Si el colegio médico llega a saberlo…
–White, si el colegio médico llega a saberlo es porque mi equipo de trabajo es disfuncional y prefiere cubrirse sus propios traseros antes que hacer bien su trabajo. ¡No hay tiempo que perder! –dijo Casas.
Minutos después mientras Casas, sentado, jugaba a arrojar una pequeña pelota de goma hacia arriba y atraparla mientras caía, la puerta de su oficina se abrió violentamente y entró una mujer alta y delgada.
–¡Gregorio! Esa intervención no está permitida. ¡Ni siquiera me lo informaste!
–Eh, no, oficina equivocada. Demandas de pensión es al lado.
–¡Casas! Acabo de cancelar la cirugía.
–Ah, eres tú, Lisa. Buenas tardes. Si, adelante.
–Lo que estás haciendo puede costarte la expulsión del colegio médico y la inutilización de tu título. ¿Por qué insistes en ocultarme cosas? Yo perfectamente podría…
–…¿Delatarme? Pero no lo harás. ¡El hombre tiene una pelota de ping pong colgando del labio!
–Aun así, no sabes si la intervención será exitosa. La mezcla de Viniafestileno, Metifosfato y Estoniamol es algo que no se ha hecho antes y podría tener efectos que ni siquiera imaginamos.
–Lisa, tengo una buena corazonada. Solo autoriza la intervención.
                La doctora Lisa suspira, como rindiéndose en la discusión.
–Está bien, pero prométeme que dejarás de ocultarme cosas. Yo estoy a cargo. Cuando las decisiones resultan incorrectas, yo soy quien debe tomar la responsabilidad.

Días más tarde, mi novia empujaba mi silla de ruedas avanzando por el pasillo principal del hospital cuando vi al doctor Casas de pie a la entrada de una sala.
–Muchas gracias, doctor Casas.
–No es necesario. Es mi trabajo.
–Procuraré dejar esa costumbre de morder pilas. Uno nunca sabe qué tan peligroso pueden resultar los objetos cotidianos.


IV. Final de apocalipsis zombie.
       Desperté un par de horas después y estaba en una sala de hospital. Una enfermera se me acercó y me dijo que había sufrido una descompensación y había perdido la conciencia estando en mi casa. Me habían trasladado semi despierto de urgencia al hospital y en esos momentos realizaban análisis para tratar el bulto en mi labio del que se pensaba era un tumor muy raro, cuyo nombre no recuerdo, con solo unos pocos casos registrados en el mundo. Al parecer había surgido por una herida que me había hecho unos días atrás en ese mismo lugar.
       Una hora después, un grupo de cuatro médicos entraron en mi sala y me dijeron que tratarían el tumor con químicos de nombres complicados y que finalmente me llevarían a pabellón para intervenirlo quirúrgicamente. Era un procedimiento con riesgos, pero era la mejor alternativa, pues lo otro sería dejar que el tumor continuara creciendo, aumentando mis pérdidas de conciencia y poniendo muy en riesgo mi vida. Accedí a su propuesta y me prepararon para ir a quirófano.
      La sala de operaciones era tal cual como se ve en las películas: una habitación cuyas murallas no alcanzan a distinguirse por la fuerte luz que producían los focos sobre mi cara. Hacía mucho frío y sonaban máquinas y computadores monitoreando mis signos vitales. Alrededor de cinco personas se movían ágilmente alrededor de la mesa de operaciones, trasladando y ordenando los elementos necesarios para la cirugía. Uno de los médicos me puso una mascarilla y sin notarlo me quedé dormido.

      Cuando volví a tener conciencia, estaba de vuelta en mi sala del hospital, blanca y con el televisor encendido en el rincón. Una enfermera se acercó y me dijo que la cirugía había resultado con éxito y ahora estaba en recuperación. Al parecer, si todo salía bien, podría estar de alta en un par de días, y así fue. A la semana siguiente, ya estaba en mi casa, aun con un pequeño parche en mi labio, pero ya me sentía mucho mejor. El dolor y el peso en mi boca habían desaparecido. De hecho, me sentía muchas ganas de hacer ejercicio físico, salir a correr, hacer pesas, no sé.
         Un día,  estaba junto a mi novia leyendo un libro en el living. Yo en un sillón leyendo cuentos de Poe, ella en un sitial junto al librero leyendo a Jardiel Poncela. El viento entraba fresco por el ventanal abierto y hacía flamear levemente las cortinas. En ese momento, siento que algo roza mi pierna: era el gatito mascota que mi novia había adoptado hace unos días. Se acercó y tiernamente comenzó a ronronear... y ronronear aún más fuerte… y ese gato, ese maldito gato desgraciado que ella había adoptado hacía su horripilante sonido mientras frotaba sus asquerosos pelos contra mi pierna. Pensé en tomarlo por la cabeza e intentar triturar su cráneo con mis propias manos para tomar sus sesos y así…
–¿Amor, estás bien? ¿Por qué miras al gato así?
–¿Cómo? Ah, no nada, me quedé pensando en lo bonito y brillante que se ha puesto su pelaje con la buena comida.
–¿Si, cierto? Está lindo. Y pensar que cuando llegó estaba todo sucio y opaco. Ahí se ve el cuidado y el cariño. A todo esto, el perro se ha comportado algo extraño. A veces ladra mucho y otras se esconde ¿lo has notado?
–Ah, ¿sí? Quizá está enfermo el pobrecito. Debería llevarlo al veterinario.
       Minutos más tarde, me dirigí hacia el patio trasero para ver a mi pastor alemán, perro al que le tenía mucho cariño pues lo había cuidado desde cachorro.
–¿Dónde está el perrito más lindo de todo el mundo?
      Pero el perro comenzó a ladrarme, como si fuese un maldito desconocido. Y no paraba, y no paraba, y lo hacía cada vez más fuerte el desgraciado y lanzaba saliva con cada ladrido y sentí ganas de estrangularlo con mis propias manos, enterrarle algún destornillador en los ojos, cortar su piel con un corta cartón, arrancarle las orejas de un solo mordisco, partir su cráneo con un machete hasta encontrar su cerebro para…
-Amor, ¿sucede algo?
-¿Cómo? No, ¿Por?
-Estas ahí quieto, de pie en la puerta de la cocina mirando al perro como ladra.
-Ah sí, es que no para de ladrarme. Debe estar enfermo de verdad el pobrecito. Voy a ir al baño a ducharme y después llevaré al perro al veterinario.
      Me di la media vuelta, comencé a caminar hacia el baño, pasé por el lado de mi novia y le di un beso. Ella me sonrió y dijo –te traeré toallas limpias–. Entré en el baño, cerré la puerta y me miré al espejo.
–¿Qué son esos extraños pensamientos que estoy teniendo? –pensé.
      En ese momento escuché sonar el teléfono en la sala de estar. Mi novia contestó.
–¿Aló? Si, hola doctor. Bien, ningún problema. En estos momentos se está duchando. ¿Quiere hablar con él? ¿Comportamiento extraño dice Ud.? No, no he notado nada raro. Si claro, yo lo llamo cualquier cosa. Muchas gracias. –y colgó.
       Escuché los delicados pasos de mi novia en dirección a la puerta del baño, se detuvo justo afuera y dio tres golpecitos en la puerta.
–Amor, aquí están las toallas limpias. ¿Te sientes bien? El doctor Casas acaba de llamar del hospital preguntando si has tenido alucinaciones. Dice que quizá los medicamentos que ocuparon puedan tener efectos secundarios.
–Sí, lo escuché. Y estoy muy bien, que deje de molestar el desgraciado.
–¿Ya…? ¿Y de donde salió ese odio repentino al doctor?
–Amor, cállate y ándate de aquí, rápido, por favor.
–Me estás asustado. ¿Qué pasa?
–¡Ándate, ahora! ¡A la casa de tus padres, no sé, pero ándate!
–¿Qué broma es ésta? ¿Estás hablando en serio?
–¡¡Aaaahhhggg!!
       Mi amada estaba allí afuera… ¡y la maldita no dejaba de hablar! Odié su voz, sus palabras, me la imaginé detrás de la puerta con su hermosa cara de idiota y quise matarla, rasgarle la piel de su rostro, morderle su bello cuello y brazos. Sentir el sabor de su sangre. Necesitaba probar su carne, llenarme de su desgraciada y sabrosa piel.
–¡Amor, por última vez, ándate de aquí! Te quiero mucho.
–No me voy a ir hasta que me digas qué te pasa.
        Dicho esto, metí los dedos de mi mano derecha en mi boca y rajé toda la piel de mi mejilla, arrancando mi labio inferior, dejando mis sangrantes encías, dientes y mandíbula inferior a la vista. Fue extraño, pues de alguna u otra manera mi piel no fue muy resistente a la acción y se rompió fácilmente. Ahora, trozos de piel colgaban de lo que era mi mentón. Y así, sabiendo que mi novia estaba afuera, abrí la puerta. Era hora de llenar mis más profundos deseos de masticar su carne.
–¡AAHHH! ¡¿Amor, que te hiciste?!
       No alcanzó a decir nada más, pues me arrojé sobre ella y comencé a masticar la piel de su cuello. Sentí el sabor de su carne y sangre… y era sabrosa. Sentí que, mientras luchaba, con sus uñas arañó mis brazos, pecho y espalda y, nuevamente, mi piel pareció muy fácil de romper. Amada luchó unos instantes y después quedó quieta. Cuerpo destrozado yacía en piso habitación. Era sabrosa. Mucho.
¿Otra gente allá afuera sabroso también? Voy a calle probar. Necesitar comer más. Comer. Carne.