lunes, 11 de marzo de 2013

Otro sueño (cuento)

Otro sueño
Patricio Escobar

      Era un parque, algo así como la Quinta Normal. Había mucha gente visitando puestos temporales de esos de ferias artesanales. Había también muchos escolares moviéndose entre los puestos y muchos otros también sentados en el pasto bajo la sombra de los árboles. Uno de los estáns que vi era una especie de tabaquería. Recordé que mi amigo me había encargado una cajetilla dura de cigarrillos celestes, así que se la compré.
– Hola.
– Buenas. Quiero un B… celeste, cajetilla dura.
– Un B… celeste. Aquí está.
      Noté que la cajetilla era blanda.
– ¿Cajetilla dura no tienes?
      El vendedor, un hombre joven, bajo, de pelo crespo y colorín, metió la mano en el dispensador de cigarrillos para ver si había cajetillas duras en el espacio de los cigarrillos marca B…
– No, me quedan solo blandas.
– Ya, supongo que el cigarrillo es el mismo.
– Son $1300.
– Dale.
      Pensé en pasarle los $300 para que me diera un billete de $1000 de vuelto, pero no lo hice. Simplemente le di un billete de $2000.
– Pucha, no tengo monedas de $100 verdaderas, sólo estas falsas, pero la diferencia es súper poca.
      En vez de decirle inmediatamente que yo le daba los $300, la curiosidad me invadió.
– ¿Falsas? ¿Cómo eso?
– Éstas, mira.
Sobre el mesón puso dos monedas que a primera vista lucían de igual tamaño y forma que las de $100. Tenían el mismo centro plateado y el borde exterior dorado, aunque éste era ligeramente más angosto. Sin embargo, al fijarme en los diseños del relieve, noté que decían claramente “1 euro”.
– Pero compadre, la estai cagando. Estos son euros y con estas dos me estai regalando caleta de plata.
– ¿Ah sí? Tengo varias de estas. Un gringo me acaba de pagar con un montón de éstas como si fueran de a $100.
      En ese momento escuché una explosión y muchos gritos. Al girarme, vi una gran cantidad de escolares entre una nube de humo blanco corriendo hacia el interior del parque. Por la entrada, vi que ingresaban alrededor de veinte carabineros de fuerzas especiales (con sus trajes de tortugas ninjas) persiguiendo a los escolares y, por encima de todos ellos, un poderoso chorro de agua. Habrá sido por mis años de universidad, pero mi reacción automática fue la de correr.
      Seguí a la masa de estudiantes. Vi como algunos saltaban la reja del parque y entraban a los jardines de la iglesia vecina. Otros hacían lo mismo, pero entraban a los patios del internado que estaba detrás del parque. Por un momento pensé hacer lo mismo, pero me detuve y me dije:
– ¡Los cigarros y el vuelto! –y me di un palmazo en la frente.
      Al darme vuelta, sentí el olor de las lacrimógenas y mis ojos comenzaron a lagrimear. De manera borrosa noté toda la escena: los visitantes al parque corrían de manera errante en muchas direcciones escapando del gas. Padres tomaban a sus pequeños como paquetes bajo sus brazos e intentaban avanzar hasta un lugar con aire respirable. Mujeres gritaban de desesperación con el caos del momento y la irritación de sus ojos. Algunos de los puestos de la feria estaban guardados pero muchos otros, los que no alcanzaron a cerrarse, estaban completamente mojados y sus lonas y productos goteaban agua picante. El de los cigarrillos estaba vacío. Solo había un hombre alto, muy blanco, de polera y pantalones cortos que parecía turista gringo diciendo “mi tineruo, mi tineruo” mientras que con ambas manos hacía gestos de pedir explicación.
     Pensé que una feria de ese tipo debería tener una especie de organización central, así que miré hacia atrás de los puestos y vi que muchos de los vendedores caminaban arrastrando bolsas con sus productos hacia un lado del parque. Entre ellos, noté al colorín que me atendió en el puesto de los cigarrillos. Suponiendo que el gringo estaba en una situación similar a la mía, le grité:
– Gringo! Camán chiriwei!
      Me escuchó, miró y al parecer logró entender que quería ayudarlo pues me siguió. Con mi mano derecha le apunté al colorín que se alejaba cada vez más entre los otros vendedores y me dijo “olruait” a la vez que asintió con la cabeza.
      Los vendedores estaban entrando a una especie de container y unas personas a la entrada detenían a quienes eran desconocidos. Supuse que con el gringo no éramos los únicos intentando recuperar plata, así que esperé en silencio, pero siempre atento a las otras personas que reclamaban muy alteradas. Una de esas personas era una señora muy gorda que no paraba de gritarle a quien la había detenido a la entrada del container. También había muchas otras personas empapadas que guardaban silencio y se miraban entre ellas. De pronto, un hombre vestido muy formal se me acercó y me dijo:
– ¿Has visto a Tania Álvarez?
– Si –le contesté.
      Me di vuelta, miré entre la gente y ahí estaba Tania. Vestida con una chaqueta corta, de cabello liso y rostro muy serio. Se la indiqué con el dedo.
– Y tú, ¿cómo la conoces? –me preguntó el hombre.
– No  sé, quizá de otro sueño. Momento… ¿otro sueño? 


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