El grano
Patricio Escobar
Todo empezó una noche en que
dormía junto a mi novia. Sentí una molestia en el lado derecho de mi labio
inferior y pensé que era una espinilla como muchas anteriores, así que comencé
a intentar reventarla con los dedos índice y pulgar de mi mano derecha, pues mi
brazo izquierdo estaba junto con la almohada bajo el cuello de mi amada. Hice
movimientos lentos para no despertarla, pero apreté fuerte para terminar pronto
con la molestia en el labio. Sin embargo, luego de varios intentos, me di por
vencido pues la molestia continuaba y el dolor, en cambio, se había
incrementado. Me dormí.
A la mañana siguiente, cuando me
desperté y fui al baño a lavarme los dientes, me miré en el espejo y noté un
grano rojizo oscuro en el lugar en donde la noche anterior había tenido la
molestia. El dolor continuaba igual y la apariencia de ese grano no era
agradable a la vista. Menos mal la sombra de mi bigote le quitaba un poco de
importancia. –Ah, entonces no era espinilla, sino un herpes –pensé, y no seguí
preocupándome. –No recuerdo haber tenido herpes, pero dejaré que se seque solo…
o algo.
Durante todo el día me olvidé de
ese grano, pero en la noche fue inevitable notarlo frente al espejo: continuaba
de color rojo oscuro, pero ahora su tamaño era el de una arveja. De hecho, me
pesaba en el labio. –Vaya que está feo eso. Ojalá se pase durante la noche –y
me fui a acostar. Por precaución, tuve que contarle a mi novia y así evitar
besarnos para no contagiarla. Ella entendió, pues ambos pensamos que era
temporal. Nos dormimos.
A la mañana del tercer día,
desperté con la cara de mi novia muy cerca sobre la mía. Tenía una expresión de
preocupación y estaba concentradísima mirando mi grano. –¿Fuiste al baño
durante la noche? –me preguntó y respondí negativamente. –O sea, no te has
visto eso –me dijo, y comencé a preocuparme. Me levanté, me dirigí al baño y en
el espejo vi que el grano había aumentado aún más su tamaño, hasta ser el de un
poroto. La piel de mi labio estaba totalmente estirada hacia el lado derecho
por las dimensiones del misterioso grano. –Mmm, parece que tampoco era herpes –dije.
Mi novia, preocupada, insistió en que debería ir al doctor para asegurarnos que
no fuese algo tan terrible, pero las obligaciones del trabajo eran tantas que
no me dejaban tiempo libre como para ello.
–Pide licencia –me dijo y yo me eché a reír. –Tengo solo un poroto.
Cuando tenga la olla completa iré al médico –respondí. La verdad es que nunca
me ha gustado ir al doctor. Ni al dentista. Ni a la peluquería.
Ese día, era casi imposible
pasar desapercibido. Muchos se quedaron bastante tiempo mirando ese gran grano
oscuro en mi labio. Los que no, supongo, pensaron que era un lunar o alguna
especie de tumor. –¿Tumor? ¿Existirá algo así como un tumor labial? –y comencé
a preocuparme de verdad. En el trabajo, mis colegas se quedaban pegados y se
llegaban a poner turnios examinando la protuberancia. –Compadre, esa cosa está
fea. De verdad que deberías ir al médico–. Quizá mi novia y todos mis colegas
tenían razón.
A la mañana del cuarto día, el
dolor era terrible. Intenté tocarme el grano con mi dedo índice, pero el mínimo
roce hizo que emitiera un quejido. Fui raudo al baño y me miré en el espejo.
¡El grano estaba del porte de una uva!
–Amor, tengo que ir al doctor.
–¿Qué? ¿Emboque y algodón?
–Que voy a ir al médico a verme este grano
–¿Américo Abel desterrado?
–¡Corta el leseo! ¡Esta cuestión es un tumor!
–¿Es cabezón el plumón? ¿Qué estás diciendo? ¡No te
entiendo nada!
En ese momento, noté que ya ni
siquiera podría pronunciar bien por el abultado labio inferior. Si seguía así, tendría
que empezar a comunicarme escribiendo, cosa que tampoco sería muy efectiva por
mi letra pseudo reptiliana. Tomé un plumón y en la pizarra de la cocina escribí
–llama a mi jefe. Voy a faltar para ir al médico–.
Mientras me colocaba el
pantalón, escuché a mi novia llamar a mi trabajo y avisar de mi inasistencia.
Al parecer, comprendieron de inmediato que era por causa del grano y no
pusieron mayores objeciones. Me senté en la orilla de la cama para ponerme las
zapatillas. Me agaché para tomar una de ellas estirando mi brazo derecho y,
junto con sentir una presión en el labio, vi muchas manchas circulares
parpadeantes y luego… todo negro.
Estimado lector, a continuación
procederé a entregar a usted una lista de alternativas para continuar la presente
historia. El menú incluye: una comedia con un leve toque de ciencia ficción, un
drama de época con mucha cebolla, una intriga pseudo médica llena de
tecnicismos y mazamorra, y finalmente un relato de apocalipsis zombie con mucho
condimento. Escoja Ud. la que más le agrade. Podrá, también, leerlos todos en
el orden que quiera y así elegir su preferido para disfrutarlo nuevamente o
recomendárselo a algún amigo. ¡Buen provecho!
I. Final de comedia
y ciencia ficción.
Cuando desperté, estaba de
espaldas en el suelo de mi habitación, junto a la cama de dos plazas. Vi el
techo blanco, las cortinas azules, las murallas amarillo pálido. Me dolía un
poco la cabeza.
–Amor, ¿estás ahí? Parece que me desmayé.
No recibí respuesta, pero al
mirar hacia el otro lado de la habitación vi a mi novia semi escondida detrás
de la puerta, con cara de susto, mirándome fijamente.
–¿Qué pasa? –le dije.
–Tu labio… –me dijo.
–¿Está muy mal?
–Nah, si sho estoy rebien, ¿vihte? –dijo una voz
desconocida, muy cerca de mí.
Miré a mi novia y le pregunté “¿Quién
dijo eso?”
–¡Pero qué boluuudo! Acá abajo, papa frita.
Me quedé unos segundos sin
reaccionar. La verdad es que ni yo mismo creí lo que había pasado por mi propia
mente. Me puse de pie, entré al baño, encendí la luz y me miré al espejo.
–Hola, ¿Qué hacés? –me dijo el grano, que ahora
tenía una boca en miniatura
–¿PERO QUE MIER..?
–¿Tenés un poco de agua? Abrí la canisha que me
muero de sed. A propósito ¿Qué hora es? ¿Sabés como salió el Boca? Uuy, pero
¡que sed! ¡Sacá una Quilmes, mujer! Che, decíle algo a la mina que no se mueve.
¿Está sorda o qué?
Y en ese momento, nuevamente
todo se fue a negro.
Cuando desperté, me encontré
acostado, cubierto con una sábana blanca, en un lugar desconocido. Con mi mano
derecha, toqué una gasa puesta sobre mi labio inferior. Una enfermera joven se
me acercó y me contó que, a los pocos minutos de haberme desmallado por segunda
vez, mi novia llamó a una ambulancia y me trasladaron al hospital más cercano,
donde me hicieron cirugía y extirparon el tumor hablador de mi labio.
–¡O sea que fue verdad!
–Sí. Los tumores parlantes de Unespetzinov pueden
parecer cosas de novelas pero, dada las condiciones ambientales, surgen en el
cuerpo de la gente. Aquí en el hospital usualmente atendemos estos casos. Son
más comunes de lo que Ud. cree.
–Jamás me hubiese imaginado que tal cosa fuese
posible. Tengo la garganta seca. ¿Sería tan amable de traerme un poco de agua,
señorita…?
–Cora. Sí, claro. De inmediato vuelvo con un poco
de agua.
Luego de éste incidente, el
hombre continuó su vida normal. Renunció a su trabajo a los pocos meses y se
volvió un renombrado novelista.
La mujer cayó en un cuadro de
depresión y crisis nerviosa que la llevó a consumir té verde y chocolate en
grandes cantidades.
El tumor comenzó a trabajar como
guionista de comerciales de TV, con lo que resultó ser muy exitoso. Continuó
siendo hincha del Boca Juniors.
Actualmente los tres viven
felices en el sector centro de Santiago.
II. Final de
drama de época.
Cuando desperté, me encontré
acostado en mi cama, cubierto con una frazada. A pesar de estar completamente
traspirado, sentía frio. Mi novia, sentada en el borde de la cama a mi lado
izquierdo, me sostenía una mano.
–Tienes fiebre. Quédate tranquilo que ya mandé a un
criado a buscar al médico del pueblo.
–¡Pero no tenemos con qué pagarle! –le dije.
–Tenemos un poco ahorrado en el florero de la
chimenea. Con eso bastará –me respondió.
–Pero eso es lo que nos queda para la comida del
mes. ¿Qué haremos luego?
–No te preocupes. Zurciré ropa y bordaré pañuelos
para los vecinos. Tú sabes que desde muy niña mi madre me enseñó esas cosas.
En ese momento, se escuchan
casquillos de caballo llegando al frontis de la casa y, unos metros más atrás,
una carreta.
–Ese debe ser el médico. Vuelvo enseguida –dijo mi
novia y salió de la habitación rozando su larga falda con el marco de la
puerta.
Al entrar a mi habitación, el
médico del pueblo me saludó. Se quitó su capa negra y sombrero de copa, dejó su
bolso de cuero negro sobre la gaveta y se sentó en el borde de mi cama por el
lado derecho.
-Necesito más luz. ¿Señorita, podría acercarme una
vela? –dijo el médico y mi novia tomó la palmatoria que estaba en el mueble
junto a la puerta, iluminando mi rostro.
–Debo serle sincero, Mr. Happytired, jamás había
visto una protuberancia con éstas características. Me parece que esto es un
tumor de Unespetzinov. Surgen por trabajar en lugares con mucho litio.
-¿Litio? Pero si mi novio es banquero.
–El primer caso de Unespetzinov registrado fue en
Rusia a fines del 1800, pero la descripción del tamaño del grano era inferior a
lo que Ud. tiene –dijo el médico.
–¿Cómo?, ¿Es que ha vuelto a crecer en estos
minutos? –pregunté a mi novia.
–Sí, amor. Ahora luce como una frutilla, roja y con
puntos blancos –respondió.
–Si queremos tener alguna chance de buenos
resultados, debo intervenir de inmediato –dijo el doctor.
–Está bien. Le diré al criado que ponga agua a
calentar. ¿Necesita Ud. alguna otra cosa, Doctor? –preguntó mi novia.
–Si, por favor, necesito paños limpios y más velas
si es posible.
–De inmediato –y mi mujer salió de la habitación.
En ese momento, tomé al médico por
su manga izquierda.
–Doctor. Dígame la verdad. ¿Mi vida corre peligro?
–Toda cirugía tiene su riesgo, Mr. Happytired.
–¡Es que no puedo morir! Al menos no aún. Doctor, debe
hacerme vivir unas horas más, hasta la medianoche. Por favor, prometa que si
algo sale mal, me despertará antes de las 12.
–Va a estar bien, Mr. Happytired –dijo el médico
mientras inyectaba un calmante en mi brazo. Luego, todo se fue a negro una vez
más.
Al despertar, por la ventana vi
que el cielo ya estaba completamente oscuro. La habitación se encontraba
lamentosamente iluminada por dos palmatorias y los tres candelabros de la
habitación principal. Mi novia, el médico y el criado se encontraban alrededor
de la cama. Noté cómo ella secó sus ojos llorosos con su pañuelo bordado y vi además
la expresión triste de mi criado mientras miraba su sombrero de paja, el que
afirmaba con ambas manos por delante de sus piernas. El médico estaba con su
camisa arremangada. Se giró hacia mí y se acercó para conversarme en voz baja.
–La operación ha terminado, Mr. Happytired. Logré extraer
el tumor y su labio necesita estar quieto, por lo que no puede hablar por
ahora. Si necesita decirnos algo, debería escribir con la pluma que pusimos en
su mano derecha. Eso sí, la fiebre sigue muy alta y necesitará muchos cuidados.
–¿Qué hora es? -escribí.
El médico metió su mano al
bolsillo frontal de su chaleco, sacó un reloj de cadena, lo abrió y lo miró.
–En 5 minutos se cumplirá la medianoche –dijo
mirándome a los ojos fijamente.
Con mi mano le indiqué a mi
novia que se acercara. Ella, con los ojos aún llorosos, se puso de rodillas
junto a la cama y tomó mi mano izquierda.
–Solos –le susurré. Entonces ella pidió al médico y
al criado que abandonaran la habitación.
–Amor, no puedes hablar –me dijo mi novia.
–Estoy muriendo –le susurré –pero antes, necesito
decirte algo.
El dolor en mi labio inferior
era terrible cuando intentaba hablar, pero aun así, debía seguir.
–Levanta la pequeña alfombra y saca tres tablas que
están sueltas –le indiqué, y ella lo hizo.
–Hay un pequeño baúl aquí –me dijo ella. Lo tomó y
lo acercó a la cama.
En ese momento, el reloj de la
habitación principal en donde estaba el doctor y el criado comenzó a sonar
indicando que se habían cumplido las cero horas.
–Amor, oficialmente ya es tu cumpleaños. Espero que
te guste tu obsequio. Los he estado juntando desde que te conocí y ahora que
los conseguí todos coincidió con tu cumpleaños. Esperaba estar en mejores
condiciones para entregártelo, pero las cosas se dieron de esta manera. Perdón
por las veces que llegué tarde a casa, estaba trabajando horas extra en la única
mina de litio para juntar dinero diferente del sueldo con el que contábamos
mensualmente.
Mi novia abrió el baúl y sus
ojos se llenaron de lágrimas. Era la colección completa de los libros de su
autor favorito.
–Por favor, si necesitas dinero, vende los libros
de mi colección, pero éstos consérvalos con cariño. Te quiero mucho.
Dicho esto, exhalé por última
vez.
III. Final
de intriga pseudo médica.
Cuando desperté, estaba siendo
trasladado en una ambulancia. Me habían puesto cuidadosamente una mascarilla de
oxígeno y con correas me sujetaron a la camilla. Uno de los dos paramédicos me
inyectó algo en el brazo. El otro, se apresuró en abrir la puerta de la
ambulancia cuando ésta se detuvo en frente de la sala de emergencias del
hospital.
–Tenemos un caso de Aspiringacoliosis severa. Le
administramos 200ml de Clariovilina y 100ml de Mantalexinina para estabilizarlo
–dijo uno de los paramédicos cuando me llevaban por el pasillo.
–¿Y su pulso esternofalagoso? –preguntó una mujer
de pelo largo, cotona blanca y estetoscopio al cuello.
–Sí, está estable.
–Llévenlo al quinto y háganle un escáner
Mitopolisémico –fue lo último que alcancé a escuchar de la mujer de cotona
blanca, antes que se cerrara la puerta volante del pasillo.
Entraron mi camilla al ascensor
y una enfermera presionó el piso quinto.
–¿Se encuentra bien? –me preguntó el enfermero a mi
izquierda y levanté mi pulgar indicando que sí.
–¿Cuantos dedos le estoy indicando? –me preguntó el
enfermero mientras me mostraba tres dedos de su mano derecha.
Al abrirse la puerta del
ascensor, los enfermeros sacaron mi camilla y me llevaron por un nuevo pasillo.
A los pocos metros, entré en una sala con muchos monitores y sin abandonar la
posición horizontal de mi camilla, mi cabeza entró en una estructura blanca muy
iluminada. Un ruido eléctrico indicó que la máquina estaba haciendo su trabajo.
No pude evitar sentirme Wolverine siendo objeto de experimentos en mutantes.
Luego del examen, me llevaron a
una sala blanca con ventana en donde me pusieron un pijama gracioso y me
acostaron en una cama con el torso algo levantado. Una enfermera entró, pasó un
algodón con un líquido extraño en la protuberancia de mi labio y me preguntó si
me había hecho una herida en el labio antes que apareciera el tumor. Le
respondí que solo recordaba haberme herido un poco el labio unos meses atrás
mientras masticaba las pilas del control remoto, extraña costumbre que heredé
de mi padre, con el propósito de hacerlas durar un tiempo más. La enfermera
solo se limitó a decir “mmm” y escribió rápidamente en unos papeles que apoyaba
en una tablilla.
En un rincón de la sala, había
una televisión encendida dando el Chavo del Ocho, específicamente el capítulo
en donde Don Ramón se queda cuidando a curso del profesor Jirafales y les habla
del símbolo que indica veneno.
–¿Me habré envenenado con las pilas? –pensé.
En una oficina del hospital, un
médico se reúne con su equipo de doctores para analizar toda la información de
mi caso.
–En un principio se creía que era un caso Aspingacoliosis
severa. Se le administró 200ml de Clariovilina y 100ml de Mantalexinina, pero
esta última lo único que hizo es que los felomenas de la protuberancia
comenzaran a supurar –dijo la joven doctora de cabello largo.
–Entonces, ¿es efectivamente pus lo que hay en la
protuberancia? –preguntó un médico negro de apellido White.
–Justamente para corroborarlo, envié a que le
realizaran un Mitopolisémico. En estos momentos deberían estar llegando los
resultados.
–¡Los tengo! –dijo un médico joven y de cabello
rubio al entrar a la oficina. –No es Aspingacoliosis. Solo la primera capa
interna es pus. El resto es un material más duro.
–¿Tumor Labial? –preguntó White.
–No. El paciente perdió la conciencia estando en su
casa. Al llegar, los paramédicos notaron una fiebre intensa, por lo que el
Tumor Labial queda descartado.
–Fiebre, desmayo, protuberancia con supuración bajo
el efecto de 100ml de Mantalexinina…
–Es Unespetzinov –dijo el doctor Casas, quien
estuvo todo el rato de pie, en silencio, junto a la ventana y mirando por entre
las persianas.
–Pero si fuese Unespetzinov… el paciente debería
estar teniendo alucinaciones en este momento –dijo el doctor White. –Este tipo
de tumor surge por contacto directo de litio con la mucosa. Afecta el
directamente el sistema nervioso central y sus consecuencias llegan hasta los
lóbulos temporal y occipital.
–¡Lotería! Recuérdenme jugar, porque esta semana no
lo he hecho. Respecto a las alucinaciones, ¡aaaaank!, incorrecto. Estas no
aparecen si al paciente se le administran calmantes que aclaran la conciencia
al estimular directamente esos lóbulos… –dijo Casas.
–…como los 200ml de Clariovilina –agregó la doctora
de pelo largo.
–Solo han existido unos pocos casos de Unespetzinov
en el mundo –acotó el doctor de cabello rubio con acento australiano. –El más
antiguo fue próximo a una mina de Litio en Rusia en el siglo diecinueve.
–Así es. Y el más reciente en Sudamérica hace un
par de años. Todos los casos han concluido en el deceso del paciente, pues se
ha optado por remover el tumor. Unos murieron de inmediato, otros muchos meses
después de extirpado el tumor –dijo Casas. –El problema es, entonces, lograr
neutralizar el efecto del tumor, junto con su crecimiento, sin que el cuerpo
note su ausencia y así evitar que éste comience a autodestruirse como los casos
anteriores.
–Podríamos intentar tratar el tumor con una
solución de Metifosfato y Estoniamol y así el tumor se inutilizaría y a la vez
dejaría de crecer, quedando una masa inerte. Sin embargo, el labio del paciente
quedaría con el tamaño actual para siempre –dijo el doctor rubio.
–Lo que afectaría el bello rostro de este niño
bonito, convirtiéndolo en un monstruo horripilante como el doctor White. ¿No
les parece? –dijo irónicamente el doctor Casas. El doctor White solo lo miró
seriamente.
–A menos que se insensibilice el área temporalmente
con Viniafestileno, se extirpe gran parte de la masa del tumor, dejando solo un
pequeña parte funcional del núcleo y solo entonces se aplique la solución de
Metifosfato y Estoniamol para inutilizarla –dijo la doctora de pelo largo.
–Vaya, ese cerebro está funcionando. Al parecer te
has estado juntando mucho conmigo –exclamó el doctor Casas. –Llévenlo a
pabellón y comiencen la cirugía aplicando 200ml de Viniafestileno
–Casas, estás intentando llevar a cabo un
tratamiento que no existe hasta ahora. No hay estudios al respecto. Si el
colegio médico llega a saberlo…
–White, si el colegio médico llega a saberlo es
porque mi equipo de trabajo es disfuncional y prefiere cubrirse sus propios
traseros antes que hacer bien su trabajo. ¡No hay tiempo que perder! –dijo
Casas.
Minutos después mientras Casas,
sentado, jugaba a arrojar una pequeña pelota de goma hacia arriba y atraparla
mientras caía, la puerta de su oficina se abrió violentamente y entró una mujer
alta y delgada.
–¡Gregorio! Esa intervención no está permitida. ¡Ni
siquiera me lo informaste!
–Eh, no, oficina equivocada. Demandas de pensión es
al lado.
–¡Casas! Acabo de cancelar la cirugía.
–Ah, eres tú, Lisa. Buenas tardes. Si, adelante.
–Lo que estás haciendo puede costarte la expulsión
del colegio médico y la inutilización de tu título. ¿Por qué insistes en
ocultarme cosas? Yo perfectamente podría…
–…¿Delatarme? Pero no lo harás. ¡El hombre tiene
una pelota de ping pong colgando del labio!
–Aun así, no sabes si la intervención será exitosa.
La mezcla de Viniafestileno, Metifosfato y Estoniamol es algo que no se ha
hecho antes y podría tener efectos que ni siquiera imaginamos.
–Lisa, tengo una buena corazonada. Solo autoriza la
intervención.
La
doctora Lisa suspira, como rindiéndose en la discusión.
–Está bien, pero prométeme que dejarás de ocultarme
cosas. Yo estoy a cargo. Cuando las decisiones resultan incorrectas, yo soy
quien debe tomar la responsabilidad.
Días más tarde, mi novia
empujaba mi silla de ruedas avanzando por el pasillo principal del hospital
cuando vi al doctor Casas de pie a la entrada de una sala.
–Muchas gracias, doctor Casas.
–No es necesario. Es mi trabajo.
–Procuraré dejar esa costumbre de morder pilas. Uno
nunca sabe qué tan peligroso pueden resultar los objetos cotidianos.
IV. Final de
apocalipsis zombie.
Desperté
un par de horas después y estaba en una sala de hospital. Una enfermera se me
acercó y me dijo que había sufrido una descompensación y había perdido la
conciencia estando en mi casa. Me habían trasladado semi despierto de urgencia
al hospital y en esos momentos realizaban análisis para tratar el bulto en mi
labio del que se pensaba era un tumor muy raro, cuyo nombre no recuerdo, con
solo unos pocos casos registrados en el mundo. Al parecer había surgido por una
herida que me había hecho unos días atrás en ese mismo lugar.
Una
hora después, un grupo de cuatro médicos entraron en mi sala y me dijeron que
tratarían el tumor con químicos de nombres complicados y que finalmente me
llevarían a pabellón para intervenirlo quirúrgicamente. Era un procedimiento
con riesgos, pero era la mejor alternativa, pues lo otro sería dejar que el
tumor continuara creciendo, aumentando mis pérdidas de conciencia y poniendo
muy en riesgo mi vida. Accedí a su propuesta y me prepararon para ir a
quirófano.
La
sala de operaciones era tal cual como se ve en las películas: una habitación
cuyas murallas no alcanzan a distinguirse por la fuerte luz que producían los
focos sobre mi cara. Hacía mucho frío y sonaban máquinas y computadores
monitoreando mis signos vitales. Alrededor de cinco personas se movían
ágilmente alrededor de la mesa de operaciones, trasladando y ordenando los
elementos necesarios para la cirugía. Uno de los médicos me puso una mascarilla
y sin notarlo me quedé dormido.
Cuando
volví a tener conciencia, estaba de vuelta en mi sala del hospital, blanca y
con el televisor encendido en el rincón. Una enfermera se acercó y me dijo que
la cirugía había resultado con éxito y ahora estaba en recuperación. Al
parecer, si todo salía bien, podría estar de alta en un par de días, y así fue.
A la semana siguiente, ya estaba en mi casa, aun con un pequeño parche en mi
labio, pero ya me sentía mucho mejor. El dolor y el peso en mi boca habían
desaparecido. De hecho, me sentía muchas ganas de hacer ejercicio físico, salir
a correr, hacer pesas, no sé.
Un
día, estaba junto a mi novia leyendo un
libro en el living. Yo en un sillón leyendo cuentos de Poe, ella en un sitial
junto al librero leyendo a Jardiel Poncela. El viento entraba fresco por el
ventanal abierto y hacía flamear levemente las cortinas. En ese momento, siento
que algo roza mi pierna: era el gatito mascota que mi novia había adoptado hace
unos días. Se acercó y tiernamente comenzó a ronronear... y ronronear aún más
fuerte… y ese gato, ese maldito gato desgraciado que ella había adoptado hacía
su horripilante sonido mientras frotaba sus asquerosos pelos contra mi pierna.
Pensé en tomarlo por la cabeza e intentar triturar su cráneo con mis propias
manos para tomar sus sesos y así…
–¿Amor, estás bien? ¿Por qué miras al gato así?
–¿Cómo? Ah, no nada, me quedé pensando en lo bonito
y brillante que se ha puesto su pelaje con la buena comida.
–¿Si, cierto? Está lindo. Y pensar que cuando llegó
estaba todo sucio y opaco. Ahí se ve el cuidado y el cariño. A todo esto, el
perro se ha comportado algo extraño. A veces ladra mucho y otras se esconde ¿lo
has notado?
–Ah, ¿sí? Quizá está enfermo el pobrecito. Debería
llevarlo al veterinario.
Minutos
más tarde, me dirigí hacia el patio trasero para ver a mi pastor alemán, perro
al que le tenía mucho cariño pues lo había cuidado desde cachorro.
–¿Dónde está el perrito más lindo de todo el mundo?
Pero
el perro comenzó a ladrarme, como si fuese un maldito desconocido. Y no paraba,
y no paraba, y lo hacía cada vez más fuerte el desgraciado y lanzaba saliva con
cada ladrido y sentí ganas de estrangularlo con mis propias manos, enterrarle
algún destornillador en los ojos, cortar su piel con un corta cartón,
arrancarle las orejas de un solo mordisco, partir su cráneo con un machete
hasta encontrar su cerebro para…
-Amor, ¿sucede algo?
-¿Cómo? No, ¿Por?
-Estas ahí quieto, de pie en la puerta de la cocina
mirando al perro como ladra.
-Ah sí, es que no para de ladrarme. Debe estar
enfermo de verdad el pobrecito. Voy a ir al baño a ducharme y después llevaré
al perro al veterinario.
Me
di la media vuelta, comencé a caminar hacia el baño, pasé por el lado de mi
novia y le di un beso. Ella me sonrió y dijo –te traeré toallas limpias–. Entré
en el baño, cerré la puerta y me miré al espejo.
–¿Qué son esos extraños pensamientos que estoy
teniendo? –pensé.
En
ese momento escuché sonar el teléfono en la sala de estar. Mi novia contestó.
–¿Aló? Si, hola doctor. Bien, ningún problema. En
estos momentos se está duchando. ¿Quiere hablar con él? ¿Comportamiento extraño
dice Ud.? No, no he notado nada raro. Si claro, yo lo llamo cualquier cosa.
Muchas gracias. –y colgó.
Escuché
los delicados pasos de mi novia en dirección a la puerta del baño, se detuvo
justo afuera y dio tres golpecitos en la puerta.
–Amor, aquí están las toallas limpias. ¿Te sientes
bien? El doctor Casas acaba de llamar del hospital preguntando si has tenido
alucinaciones. Dice que quizá los medicamentos que ocuparon puedan tener
efectos secundarios.
–Sí, lo escuché. Y estoy muy bien, que deje de
molestar el desgraciado.
–¿Ya…? ¿Y de donde salió ese odio repentino al
doctor?
–Amor, cállate y ándate de aquí, rápido, por favor.
–Me estás asustado. ¿Qué pasa?
–¡Ándate, ahora! ¡A la casa de tus padres, no sé,
pero ándate!
–¿Qué broma es ésta? ¿Estás hablando en serio?
–¡¡Aaaahhhggg!!
Mi
amada estaba allí afuera… ¡y la maldita no dejaba de hablar! Odié su voz, sus
palabras, me la imaginé detrás de la puerta con su hermosa cara de idiota y
quise matarla, rasgarle la piel de su rostro, morderle su bello cuello y
brazos. Sentir el sabor de su sangre. Necesitaba probar su carne, llenarme de
su desgraciada y sabrosa piel.
–¡Amor, por última vez, ándate de aquí! Te quiero
mucho.
–No me voy a ir hasta que me digas qué te pasa.
Dicho
esto, metí los dedos de mi mano derecha en mi boca y rajé toda la piel de mi
mejilla, arrancando mi labio inferior, dejando mis sangrantes encías, dientes y
mandíbula inferior a la vista. Fue extraño, pues de alguna u otra manera mi
piel no fue muy resistente a la acción y se rompió fácilmente. Ahora, trozos de
piel colgaban de lo que era mi mentón. Y así, sabiendo que mi novia estaba
afuera, abrí la puerta. Era hora de llenar mis más profundos deseos de masticar
su carne.
–¡AAHHH! ¡¿Amor, que te hiciste?!
No
alcanzó a decir nada más, pues me arrojé sobre ella y comencé a masticar la
piel de su cuello. Sentí el sabor de su carne y sangre… y era sabrosa. Sentí
que, mientras luchaba, con sus uñas arañó mis brazos, pecho y espalda y,
nuevamente, mi piel pareció muy fácil de romper. Amada luchó unos instantes y
después quedó quieta. Cuerpo destrozado yacía en piso habitación. Era sabrosa.
Mucho.
–¿Otra gente allá afuera sabroso también? Voy a calle probar. Necesitar comer más. Comer. Carne.
Muchas gracias por la referencia a mi abuelo. Un saludo.
ResponderEliminarNo, muchas gracias a ti por el mensaje. Enrique Jardiel Poncela es el autor favorito de mi novia, que es profesora de literatura. Su tesis final en la universidad estuvo basada en "Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?" y nos complacemos en decir que tenemos gran cantidad de sus obras en nuestro librero. Un gran saludo desde Chile.
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