miércoles, 13 de marzo de 2013

El grano (cuento)

El grano
Patricio Escobar

Todo empezó una noche en que dormía junto a mi novia. Sentí una molestia en el lado derecho de mi labio inferior y pensé que era una espinilla como muchas anteriores, así que comencé a intentar reventarla con los dedos índice y pulgar de mi mano derecha, pues mi brazo izquierdo estaba junto con la almohada bajo el cuello de mi amada. Hice movimientos lentos para no despertarla, pero apreté fuerte para terminar pronto con la molestia en el labio. Sin embargo, luego de varios intentos, me di por vencido pues la molestia continuaba y el dolor, en cambio, se había incrementado. Me dormí.
A la mañana siguiente, cuando me desperté y fui al baño a lavarme los dientes, me miré en el espejo y noté un grano rojizo oscuro en el lugar en donde la noche anterior había tenido la molestia. El dolor continuaba igual y la apariencia de ese grano no era agradable a la vista. Menos mal la sombra de mi bigote le quitaba un poco de importancia. –Ah, entonces no era espinilla, sino un herpes –pensé, y no seguí preocupándome. –No recuerdo haber tenido herpes, pero dejaré que se seque solo… o algo.
Durante todo el día me olvidé de ese grano, pero en la noche fue inevitable notarlo frente al espejo: continuaba de color rojo oscuro, pero ahora su tamaño era el de una arveja. De hecho, me pesaba en el labio. –Vaya que está feo eso. Ojalá se pase durante la noche –y me fui a acostar. Por precaución, tuve que contarle a mi novia y así evitar besarnos para no contagiarla. Ella entendió, pues ambos pensamos que era temporal. Nos dormimos.
A la mañana del tercer día, desperté con la cara de mi novia muy cerca sobre la mía. Tenía una expresión de preocupación y estaba concentradísima mirando mi grano. –¿Fuiste al baño durante la noche? –me preguntó y respondí negativamente. –O sea, no te has visto eso –me dijo, y comencé a preocuparme. Me levanté, me dirigí al baño y en el espejo vi que el grano había aumentado aún más su tamaño, hasta ser el de un poroto. La piel de mi labio estaba totalmente estirada hacia el lado derecho por las dimensiones del misterioso grano. –Mmm, parece que tampoco era herpes –dije. Mi novia, preocupada, insistió en que debería ir al doctor para asegurarnos que no fuese algo tan terrible, pero las obligaciones del trabajo eran tantas que no me dejaban tiempo libre como para ello.  –Pide licencia –me dijo y yo me eché a reír. –Tengo solo un poroto. Cuando tenga la olla completa iré al médico –respondí. La verdad es que nunca me ha gustado ir al doctor. Ni al dentista. Ni a la peluquería.
Ese día, era casi imposible pasar desapercibido. Muchos se quedaron bastante tiempo mirando ese gran grano oscuro en mi labio. Los que no, supongo, pensaron que era un lunar o alguna especie de tumor. –¿Tumor? ¿Existirá algo así como un tumor labial? –y comencé a preocuparme de verdad. En el trabajo, mis colegas se quedaban pegados y se llegaban a poner turnios examinando la protuberancia. –Compadre, esa cosa está fea. De verdad que deberías ir al médico–. Quizá mi novia y todos mis colegas tenían razón.
A la mañana del cuarto día, el dolor era terrible. Intenté tocarme el grano con mi dedo índice, pero el mínimo roce hizo que emitiera un quejido. Fui raudo al baño y me miré en el espejo. ¡El grano estaba del porte de una uva!
–Amor, tengo que ir al doctor.
–¿Qué? ¿Emboque y algodón?
–Que voy a ir al médico a verme este grano
–¿Américo Abel desterrado?
–¡Corta el leseo! ¡Esta cuestión es un tumor!
–¿Es cabezón el plumón? ¿Qué estás diciendo? ¡No te entiendo nada!
En ese momento, noté que ya ni siquiera podría pronunciar bien por el abultado labio inferior. Si seguía así, tendría que empezar a comunicarme escribiendo, cosa que tampoco sería muy efectiva por mi letra pseudo reptiliana. Tomé un plumón y en la pizarra de la cocina escribí –llama a mi jefe. Voy a faltar para ir al médico–.
Mientras me colocaba el pantalón, escuché a mi novia llamar a mi trabajo y avisar de mi inasistencia. Al parecer, comprendieron de inmediato que era por causa del grano y no pusieron mayores objeciones. Me senté en la orilla de la cama para ponerme las zapatillas. Me agaché para tomar una de ellas estirando mi brazo derecho y, junto con sentir una presión en el labio, vi muchas manchas circulares parpadeantes y luego… todo negro.
Estimado lector, a continuación procederé a entregar a usted una lista de alternativas para continuar la presente historia. El menú incluye: una comedia con un leve toque de ciencia ficción, un drama de época con mucha cebolla, una intriga pseudo médica llena de tecnicismos y mazamorra, y finalmente un relato de apocalipsis zombie con mucho condimento. Escoja Ud. la que más le agrade. Podrá, también, leerlos todos en el orden que quiera y así elegir su preferido para disfrutarlo nuevamente o recomendárselo a algún amigo. ¡Buen provecho!


I. Final de comedia y ciencia ficción.
Cuando desperté, estaba de espaldas en el suelo de mi habitación, junto a la cama de dos plazas. Vi el techo blanco, las cortinas azules, las murallas amarillo pálido. Me dolía un poco la cabeza.
–Amor, ¿estás ahí? Parece que me desmayé.
No recibí respuesta, pero al mirar hacia el otro lado de la habitación vi a mi novia semi escondida detrás de la puerta, con cara de susto, mirándome fijamente.
–¿Qué pasa? –le dije.
–Tu labio… –me dijo.
–¿Está muy mal?
–Nah, si sho estoy rebien, ¿vihte? –dijo una voz desconocida, muy cerca de mí.
Miré a mi novia y le pregunté “¿Quién dijo eso?”
–¡Pero qué boluuudo! Acá abajo, papa frita.
Me quedé unos segundos sin reaccionar. La verdad es que ni yo mismo creí lo que había pasado por mi propia mente. Me puse de pie, entré al baño, encendí la luz y me miré al espejo.
–Hola, ¿Qué hacés? –me dijo el grano, que ahora tenía una boca en miniatura
–¿PERO QUE MIER..?
–¿Tenés un poco de agua? Abrí la canisha que me muero de sed. A propósito ¿Qué hora es? ¿Sabés como salió el Boca? Uuy, pero ¡que sed! ¡Sacá una Quilmes, mujer! Che, decíle algo a la mina que no se mueve. ¿Está sorda o qué?
Y en ese momento, nuevamente todo se fue a negro.
Cuando desperté, me encontré acostado, cubierto con una sábana blanca, en un lugar desconocido. Con mi mano derecha, toqué una gasa puesta sobre mi labio inferior. Una enfermera joven se me acercó y me contó que, a los pocos minutos de haberme desmallado por segunda vez, mi novia llamó a una ambulancia y me trasladaron al hospital más cercano, donde me hicieron cirugía y extirparon el tumor hablador de mi labio.
–¡O sea que fue verdad!
–Sí. Los tumores parlantes de Unespetzinov pueden parecer cosas de novelas pero, dada las condiciones ambientales, surgen en el cuerpo de la gente. Aquí en el hospital usualmente atendemos estos casos. Son más comunes de lo que Ud. cree.
–Jamás me hubiese imaginado que tal cosa fuese posible. Tengo la garganta seca. ¿Sería tan amable de traerme un poco de agua, señorita…?
–Cora. Sí, claro. De inmediato vuelvo con un poco de agua.
Luego de éste incidente, el hombre continuó su vida normal. Renunció a su trabajo a los pocos meses y se volvió un renombrado novelista.
La mujer cayó en un cuadro de depresión y crisis nerviosa que la llevó a consumir té verde y chocolate en grandes cantidades.
El tumor comenzó a trabajar como guionista de comerciales de TV, con lo que resultó ser muy exitoso. Continuó siendo hincha del Boca Juniors.
Actualmente los tres viven felices en el sector centro de Santiago.


II. Final de drama de época.
Cuando desperté, me encontré acostado en mi cama, cubierto con una frazada. A pesar de estar completamente traspirado, sentía frio. Mi novia, sentada en el borde de la cama a mi lado izquierdo, me sostenía una mano.
–Tienes fiebre. Quédate tranquilo que ya mandé a un criado a buscar al médico del pueblo.
–¡Pero no tenemos con qué pagarle! –le dije.
–Tenemos un poco ahorrado en el florero de la chimenea. Con eso bastará –me respondió.
–Pero eso es lo que nos queda para la comida del mes. ¿Qué haremos luego?
–No te preocupes. Zurciré ropa y bordaré pañuelos para los vecinos. Tú sabes que desde muy niña mi madre me enseñó esas cosas.
En ese momento, se escuchan casquillos de caballo llegando al frontis de la casa y, unos metros más atrás, una carreta.
–Ese debe ser el médico. Vuelvo enseguida –dijo mi novia y salió de la habitación rozando su larga falda con el marco de la puerta.
Al entrar a mi habitación, el médico del pueblo me saludó. Se quitó su capa negra y sombrero de copa, dejó su bolso de cuero negro sobre la gaveta y se sentó en el borde de mi cama por el lado derecho.
-Necesito más luz. ¿Señorita, podría acercarme una vela? –dijo el médico y mi novia tomó la palmatoria que estaba en el mueble junto a la puerta, iluminando mi rostro.
–Debo serle sincero, Mr. Happytired, jamás había visto una protuberancia con éstas características. Me parece que esto es un tumor de Unespetzinov. Surgen por trabajar en lugares con mucho litio.
-¿Litio? Pero si mi novio es banquero.
–El primer caso de Unespetzinov registrado fue en Rusia a fines del 1800, pero la descripción del tamaño del grano era inferior a lo que Ud. tiene –dijo el médico.
–¿Cómo?, ¿Es que ha vuelto a crecer en estos minutos? –pregunté a mi novia.
–Sí, amor. Ahora luce como una frutilla, roja y con puntos blancos –respondió.
–Si queremos tener alguna chance de buenos resultados, debo intervenir de inmediato –dijo el doctor.
–Está bien. Le diré al criado que ponga agua a calentar. ¿Necesita Ud. alguna otra cosa, Doctor? –preguntó mi novia.
–Si, por favor, necesito paños limpios y más velas si es posible.
–De inmediato –y mi mujer salió de la habitación.
En ese momento, tomé al médico por su manga izquierda.
–Doctor. Dígame la verdad. ¿Mi vida corre peligro?
–Toda cirugía tiene su riesgo, Mr. Happytired.
–¡Es que no puedo morir! Al menos no aún. Doctor, debe hacerme vivir unas horas más, hasta la medianoche. Por favor, prometa que si algo sale mal, me despertará antes de las 12.
–Va a estar bien, Mr. Happytired –dijo el médico mientras inyectaba un calmante en mi brazo. Luego, todo se fue a negro una vez más.
Al despertar, por la ventana vi que el cielo ya estaba completamente oscuro. La habitación se encontraba lamentosamente iluminada por dos palmatorias y los tres candelabros de la habitación principal. Mi novia, el médico y el criado se encontraban alrededor de la cama. Noté cómo ella secó sus ojos llorosos con su pañuelo bordado y vi además la expresión triste de mi criado mientras miraba su sombrero de paja, el que afirmaba con ambas manos por delante de sus piernas. El médico estaba con su camisa arremangada. Se giró hacia mí y se acercó para conversarme en voz baja.
–La operación ha terminado, Mr. Happytired. Logré extraer el tumor y su labio necesita estar quieto, por lo que no puede hablar por ahora. Si necesita decirnos algo, debería escribir con la pluma que pusimos en su mano derecha. Eso sí, la fiebre sigue muy alta y necesitará muchos cuidados.
–¿Qué hora es? -escribí.
El médico metió su mano al bolsillo frontal de su chaleco, sacó un reloj de cadena, lo abrió y lo miró.
–En 5 minutos se cumplirá la medianoche –dijo mirándome a los ojos fijamente.
Con mi mano le indiqué a mi novia que se acercara. Ella, con los ojos aún llorosos, se puso de rodillas junto a la cama y tomó mi mano izquierda.
–Solos –le susurré. Entonces ella pidió al médico y al criado que abandonaran la habitación.
–Amor, no puedes hablar –me dijo mi novia.
–Estoy muriendo –le susurré –pero antes, necesito decirte algo.
El dolor en mi labio inferior era terrible cuando intentaba hablar, pero aun así, debía seguir.
–Levanta la pequeña alfombra y saca tres tablas que están sueltas –le indiqué, y ella lo hizo.
–Hay un pequeño baúl aquí –me dijo ella. Lo tomó y lo acercó a la cama.
En ese momento, el reloj de la habitación principal en donde estaba el doctor y el criado comenzó a sonar indicando que se habían cumplido las cero horas.
–Amor, oficialmente ya es tu cumpleaños. Espero que te guste tu obsequio. Los he estado juntando desde que te conocí y ahora que los conseguí todos coincidió con tu cumpleaños. Esperaba estar en mejores condiciones para entregártelo, pero las cosas se dieron de esta manera. Perdón por las veces que llegué tarde a casa, estaba trabajando horas extra en la única mina de litio para juntar dinero diferente del sueldo con el que contábamos mensualmente.
Mi novia abrió el baúl y sus ojos se llenaron de lágrimas. Era la colección completa de los libros de su autor favorito.
–Por favor, si necesitas dinero, vende los libros de mi colección, pero éstos consérvalos con cariño. Te quiero mucho.
Dicho esto, exhalé por última vez.


III. Final de intriga pseudo médica.
Cuando desperté, estaba siendo trasladado en una ambulancia. Me habían puesto cuidadosamente una mascarilla de oxígeno y con correas me sujetaron a la camilla. Uno de los dos paramédicos me inyectó algo en el brazo. El otro, se apresuró en abrir la puerta de la ambulancia cuando ésta se detuvo en frente de la sala de emergencias del hospital.
–Tenemos un caso de Aspiringacoliosis severa. Le administramos 200ml de Clariovilina y 100ml de Mantalexinina para estabilizarlo –dijo uno de los paramédicos cuando me llevaban por el pasillo.
–¿Y su pulso esternofalagoso? –preguntó una mujer de pelo largo, cotona blanca y estetoscopio al cuello.
–Sí, está estable.
–Llévenlo al quinto y háganle un escáner Mitopolisémico –fue lo último que alcancé a escuchar de la mujer de cotona blanca, antes que se cerrara la puerta volante del pasillo.
Entraron mi camilla al ascensor y una enfermera presionó el piso quinto.
–¿Se encuentra bien? –me preguntó el enfermero a mi izquierda y levanté mi pulgar indicando que sí.
–¿Cuantos dedos le estoy indicando? –me preguntó el enfermero mientras me mostraba tres dedos de su mano derecha.
Al abrirse la puerta del ascensor, los enfermeros sacaron mi camilla y me llevaron por un nuevo pasillo. A los pocos metros, entré en una sala con muchos monitores y sin abandonar la posición horizontal de mi camilla, mi cabeza entró en una estructura blanca muy iluminada. Un ruido eléctrico indicó que la máquina estaba haciendo su trabajo. No pude evitar sentirme Wolverine siendo objeto de experimentos en mutantes.
Luego del examen, me llevaron a una sala blanca con ventana en donde me pusieron un pijama gracioso y me acostaron en una cama con el torso algo levantado. Una enfermera entró, pasó un algodón con un líquido extraño en la protuberancia de mi labio y me preguntó si me había hecho una herida en el labio antes que apareciera el tumor. Le respondí que solo recordaba haberme herido un poco el labio unos meses atrás mientras masticaba las pilas del control remoto, extraña costumbre que heredé de mi padre, con el propósito de hacerlas durar un tiempo más. La enfermera solo se limitó a decir “mmm” y escribió rápidamente en unos papeles que apoyaba en una tablilla.
En un rincón de la sala, había una televisión encendida dando el Chavo del Ocho, específicamente el capítulo en donde Don Ramón se queda cuidando a curso del profesor Jirafales y les habla del símbolo que indica veneno.
–¿Me habré envenenado con las pilas? –pensé.
En una oficina del hospital, un médico se reúne con su equipo de doctores para analizar toda la información de mi caso.
–En un principio se creía que era un caso Aspingacoliosis severa. Se le administró 200ml de Clariovilina y 100ml de Mantalexinina, pero esta última lo único que hizo es que los felomenas de la protuberancia comenzaran a supurar –dijo la joven doctora de cabello largo.
–Entonces, ¿es efectivamente pus lo que hay en la protuberancia? –preguntó un médico negro de apellido White.
–Justamente para corroborarlo, envié a que le realizaran un Mitopolisémico. En estos momentos deberían estar llegando los resultados.
–¡Los tengo! –dijo un médico joven y de cabello rubio al entrar a la oficina. –No es Aspingacoliosis. Solo la primera capa interna es pus. El resto es un material más duro.
–¿Tumor Labial? –preguntó White.
–No. El paciente perdió la conciencia estando en su casa. Al llegar, los paramédicos notaron una fiebre intensa, por lo que el Tumor Labial queda descartado.
–Fiebre, desmayo, protuberancia con supuración bajo el efecto de 100ml de Mantalexinina…
–Es Unespetzinov –dijo el doctor Casas, quien estuvo todo el rato de pie, en silencio, junto a la ventana y mirando por entre las persianas.
–Pero si fuese Unespetzinov… el paciente debería estar teniendo alucinaciones en este momento –dijo el doctor White. –Este tipo de tumor surge por contacto directo de litio con la mucosa. Afecta el directamente el sistema nervioso central y sus consecuencias llegan hasta los lóbulos temporal y occipital.
–¡Lotería! Recuérdenme jugar, porque esta semana no lo he hecho. Respecto a las alucinaciones, ¡aaaaank!, incorrecto. Estas no aparecen si al paciente se le administran calmantes que aclaran la conciencia al estimular directamente esos lóbulos… –dijo Casas.
–…como los 200ml de Clariovilina –agregó la doctora de pelo largo.
–Solo han existido unos pocos casos de Unespetzinov en el mundo –acotó el doctor de cabello rubio con acento australiano. –El más antiguo fue próximo a una mina de Litio en Rusia en el siglo diecinueve.
–Así es. Y el más reciente en Sudamérica hace un par de años. Todos los casos han concluido en el deceso del paciente, pues se ha optado por remover el tumor. Unos murieron de inmediato, otros muchos meses después de extirpado el tumor –dijo Casas. –El problema es, entonces, lograr neutralizar el efecto del tumor, junto con su crecimiento, sin que el cuerpo note su ausencia y así evitar que éste comience a autodestruirse como los casos anteriores.
–Podríamos intentar tratar el tumor con una solución de Metifosfato y Estoniamol y así el tumor se inutilizaría y a la vez dejaría de crecer, quedando una masa inerte. Sin embargo, el labio del paciente quedaría con el tamaño actual para siempre –dijo el doctor rubio.
–Lo que afectaría el bello rostro de este niño bonito, convirtiéndolo en un monstruo horripilante como el doctor White. ¿No les parece? –dijo irónicamente el doctor Casas. El doctor White solo lo miró seriamente.
–A menos que se insensibilice el área temporalmente con Viniafestileno, se extirpe gran parte de la masa del tumor, dejando solo un pequeña parte funcional del núcleo y solo entonces se aplique la solución de Metifosfato y Estoniamol para inutilizarla –dijo la doctora de pelo largo.
–Vaya, ese cerebro está funcionando. Al parecer te has estado juntando mucho conmigo –exclamó el doctor Casas. –Llévenlo a pabellón y comiencen la cirugía aplicando 200ml de Viniafestileno
–Casas, estás intentando llevar a cabo un tratamiento que no existe hasta ahora. No hay estudios al respecto. Si el colegio médico llega a saberlo…
–White, si el colegio médico llega a saberlo es porque mi equipo de trabajo es disfuncional y prefiere cubrirse sus propios traseros antes que hacer bien su trabajo. ¡No hay tiempo que perder! –dijo Casas.
Minutos después mientras Casas, sentado, jugaba a arrojar una pequeña pelota de goma hacia arriba y atraparla mientras caía, la puerta de su oficina se abrió violentamente y entró una mujer alta y delgada.
–¡Gregorio! Esa intervención no está permitida. ¡Ni siquiera me lo informaste!
–Eh, no, oficina equivocada. Demandas de pensión es al lado.
–¡Casas! Acabo de cancelar la cirugía.
–Ah, eres tú, Lisa. Buenas tardes. Si, adelante.
–Lo que estás haciendo puede costarte la expulsión del colegio médico y la inutilización de tu título. ¿Por qué insistes en ocultarme cosas? Yo perfectamente podría…
–…¿Delatarme? Pero no lo harás. ¡El hombre tiene una pelota de ping pong colgando del labio!
–Aun así, no sabes si la intervención será exitosa. La mezcla de Viniafestileno, Metifosfato y Estoniamol es algo que no se ha hecho antes y podría tener efectos que ni siquiera imaginamos.
–Lisa, tengo una buena corazonada. Solo autoriza la intervención.
                La doctora Lisa suspira, como rindiéndose en la discusión.
–Está bien, pero prométeme que dejarás de ocultarme cosas. Yo estoy a cargo. Cuando las decisiones resultan incorrectas, yo soy quien debe tomar la responsabilidad.

Días más tarde, mi novia empujaba mi silla de ruedas avanzando por el pasillo principal del hospital cuando vi al doctor Casas de pie a la entrada de una sala.
–Muchas gracias, doctor Casas.
–No es necesario. Es mi trabajo.
–Procuraré dejar esa costumbre de morder pilas. Uno nunca sabe qué tan peligroso pueden resultar los objetos cotidianos.


IV. Final de apocalipsis zombie.
       Desperté un par de horas después y estaba en una sala de hospital. Una enfermera se me acercó y me dijo que había sufrido una descompensación y había perdido la conciencia estando en mi casa. Me habían trasladado semi despierto de urgencia al hospital y en esos momentos realizaban análisis para tratar el bulto en mi labio del que se pensaba era un tumor muy raro, cuyo nombre no recuerdo, con solo unos pocos casos registrados en el mundo. Al parecer había surgido por una herida que me había hecho unos días atrás en ese mismo lugar.
       Una hora después, un grupo de cuatro médicos entraron en mi sala y me dijeron que tratarían el tumor con químicos de nombres complicados y que finalmente me llevarían a pabellón para intervenirlo quirúrgicamente. Era un procedimiento con riesgos, pero era la mejor alternativa, pues lo otro sería dejar que el tumor continuara creciendo, aumentando mis pérdidas de conciencia y poniendo muy en riesgo mi vida. Accedí a su propuesta y me prepararon para ir a quirófano.
      La sala de operaciones era tal cual como se ve en las películas: una habitación cuyas murallas no alcanzan a distinguirse por la fuerte luz que producían los focos sobre mi cara. Hacía mucho frío y sonaban máquinas y computadores monitoreando mis signos vitales. Alrededor de cinco personas se movían ágilmente alrededor de la mesa de operaciones, trasladando y ordenando los elementos necesarios para la cirugía. Uno de los médicos me puso una mascarilla y sin notarlo me quedé dormido.

      Cuando volví a tener conciencia, estaba de vuelta en mi sala del hospital, blanca y con el televisor encendido en el rincón. Una enfermera se acercó y me dijo que la cirugía había resultado con éxito y ahora estaba en recuperación. Al parecer, si todo salía bien, podría estar de alta en un par de días, y así fue. A la semana siguiente, ya estaba en mi casa, aun con un pequeño parche en mi labio, pero ya me sentía mucho mejor. El dolor y el peso en mi boca habían desaparecido. De hecho, me sentía muchas ganas de hacer ejercicio físico, salir a correr, hacer pesas, no sé.
         Un día,  estaba junto a mi novia leyendo un libro en el living. Yo en un sillón leyendo cuentos de Poe, ella en un sitial junto al librero leyendo a Jardiel Poncela. El viento entraba fresco por el ventanal abierto y hacía flamear levemente las cortinas. En ese momento, siento que algo roza mi pierna: era el gatito mascota que mi novia había adoptado hace unos días. Se acercó y tiernamente comenzó a ronronear... y ronronear aún más fuerte… y ese gato, ese maldito gato desgraciado que ella había adoptado hacía su horripilante sonido mientras frotaba sus asquerosos pelos contra mi pierna. Pensé en tomarlo por la cabeza e intentar triturar su cráneo con mis propias manos para tomar sus sesos y así…
–¿Amor, estás bien? ¿Por qué miras al gato así?
–¿Cómo? Ah, no nada, me quedé pensando en lo bonito y brillante que se ha puesto su pelaje con la buena comida.
–¿Si, cierto? Está lindo. Y pensar que cuando llegó estaba todo sucio y opaco. Ahí se ve el cuidado y el cariño. A todo esto, el perro se ha comportado algo extraño. A veces ladra mucho y otras se esconde ¿lo has notado?
–Ah, ¿sí? Quizá está enfermo el pobrecito. Debería llevarlo al veterinario.
       Minutos más tarde, me dirigí hacia el patio trasero para ver a mi pastor alemán, perro al que le tenía mucho cariño pues lo había cuidado desde cachorro.
–¿Dónde está el perrito más lindo de todo el mundo?
      Pero el perro comenzó a ladrarme, como si fuese un maldito desconocido. Y no paraba, y no paraba, y lo hacía cada vez más fuerte el desgraciado y lanzaba saliva con cada ladrido y sentí ganas de estrangularlo con mis propias manos, enterrarle algún destornillador en los ojos, cortar su piel con un corta cartón, arrancarle las orejas de un solo mordisco, partir su cráneo con un machete hasta encontrar su cerebro para…
-Amor, ¿sucede algo?
-¿Cómo? No, ¿Por?
-Estas ahí quieto, de pie en la puerta de la cocina mirando al perro como ladra.
-Ah sí, es que no para de ladrarme. Debe estar enfermo de verdad el pobrecito. Voy a ir al baño a ducharme y después llevaré al perro al veterinario.
      Me di la media vuelta, comencé a caminar hacia el baño, pasé por el lado de mi novia y le di un beso. Ella me sonrió y dijo –te traeré toallas limpias–. Entré en el baño, cerré la puerta y me miré al espejo.
–¿Qué son esos extraños pensamientos que estoy teniendo? –pensé.
      En ese momento escuché sonar el teléfono en la sala de estar. Mi novia contestó.
–¿Aló? Si, hola doctor. Bien, ningún problema. En estos momentos se está duchando. ¿Quiere hablar con él? ¿Comportamiento extraño dice Ud.? No, no he notado nada raro. Si claro, yo lo llamo cualquier cosa. Muchas gracias. –y colgó.
       Escuché los delicados pasos de mi novia en dirección a la puerta del baño, se detuvo justo afuera y dio tres golpecitos en la puerta.
–Amor, aquí están las toallas limpias. ¿Te sientes bien? El doctor Casas acaba de llamar del hospital preguntando si has tenido alucinaciones. Dice que quizá los medicamentos que ocuparon puedan tener efectos secundarios.
–Sí, lo escuché. Y estoy muy bien, que deje de molestar el desgraciado.
–¿Ya…? ¿Y de donde salió ese odio repentino al doctor?
–Amor, cállate y ándate de aquí, rápido, por favor.
–Me estás asustado. ¿Qué pasa?
–¡Ándate, ahora! ¡A la casa de tus padres, no sé, pero ándate!
–¿Qué broma es ésta? ¿Estás hablando en serio?
–¡¡Aaaahhhggg!!
       Mi amada estaba allí afuera… ¡y la maldita no dejaba de hablar! Odié su voz, sus palabras, me la imaginé detrás de la puerta con su hermosa cara de idiota y quise matarla, rasgarle la piel de su rostro, morderle su bello cuello y brazos. Sentir el sabor de su sangre. Necesitaba probar su carne, llenarme de su desgraciada y sabrosa piel.
–¡Amor, por última vez, ándate de aquí! Te quiero mucho.
–No me voy a ir hasta que me digas qué te pasa.
        Dicho esto, metí los dedos de mi mano derecha en mi boca y rajé toda la piel de mi mejilla, arrancando mi labio inferior, dejando mis sangrantes encías, dientes y mandíbula inferior a la vista. Fue extraño, pues de alguna u otra manera mi piel no fue muy resistente a la acción y se rompió fácilmente. Ahora, trozos de piel colgaban de lo que era mi mentón. Y así, sabiendo que mi novia estaba afuera, abrí la puerta. Era hora de llenar mis más profundos deseos de masticar su carne.
–¡AAHHH! ¡¿Amor, que te hiciste?!
       No alcanzó a decir nada más, pues me arrojé sobre ella y comencé a masticar la piel de su cuello. Sentí el sabor de su carne y sangre… y era sabrosa. Sentí que, mientras luchaba, con sus uñas arañó mis brazos, pecho y espalda y, nuevamente, mi piel pareció muy fácil de romper. Amada luchó unos instantes y después quedó quieta. Cuerpo destrozado yacía en piso habitación. Era sabrosa. Mucho.
¿Otra gente allá afuera sabroso también? Voy a calle probar. Necesitar comer más. Comer. Carne.


2 comentarios:

  1. Muchas gracias por la referencia a mi abuelo. Un saludo.

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    1. No, muchas gracias a ti por el mensaje. Enrique Jardiel Poncela es el autor favorito de mi novia, que es profesora de literatura. Su tesis final en la universidad estuvo basada en "Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?" y nos complacemos en decir que tenemos gran cantidad de sus obras en nuestro librero. Un gran saludo desde Chile.

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