miércoles, 20 de marzo de 2013

Palíndromo (Cuento)


Palíndromo
Patricio Escobar

Estaba profundamente dormido cuando escuché una voz femenina muy cerca de mi oreja que me dijo “oye, despierta”. Pensando que era mi polola, desperté, vi que ella estaba de pie en el living con el refrigerador abierto a punto de irse a trabajar. Era muy temprano y aún estaba oscuro.
–¿Qué pasa? –le pregunté algo asustado.
–Nada, ¿por qué?
–Me acabas de decir que despertara.
–Yo no he dicho nada. Estabas soñando –me dijo.
–Ah, ya –y volví a apoyar mi cabeza en la almohada color anaranjado.
Un par de minutos después, mi polola se acercó a la cama, me dio un beso y se despidió de mí. Yo seguí durmiendo porque esa semana me tocaba turno de noche en distintos eventos. Un rato después, desperté porque escuché ruidos en el living. Me levanté, abrí la puerta y vi que mi polola estaba en el departamento, muy callada, con la puerta abierta. Afuera, en el pasillo, había dos policías escribiendo en unos cuadernillos.
–¿Qué pasó?
–Me asaltaron.
–¡Chuta!, ¡¿pero cómo?!
–Iba caminando a tomar la micro cuando vi que había tipo ofreciendo instalación de TV cable e internet. Me detuve a preguntar por los precios, el tipo le pidió mis datos para llenar un formulario y de repente agarró mi bolso y salió corriendo.
–Pero pucha ¿Cómo te pones a averiguar eso en la mañana yendo a la pega?
–Si sé. Si sé que la embarré.
Sentí ganas de salir corriendo e ir a buscar al maldito para molerlo a golpes. Como soy guardia de seguridad, tengo buen físico y podría dejar en coma a cualquier persona si le pegara con rabia.
–¿Te acuerdas algo de la cara del ladrón?
–Era flaco, de pelo negro y crespo, con un bigote hipster.
–Pucha. ¿Y qué tenías en tu bolso?
–Todas mis cosas poh. A parte de los libros de la pega, iba mi billetera con cien mil pesos que ayer había sacado del cajero, mi cepillo de dientes, mi cosmetiquero… pucha, ¡que rabia!
         Sabiendo que en realidad no había nada que yo pudiera hacer, simplemente la abracé y ella se puso a llorar.


Estaba de infiltrado en una empresa de no sé qué y la verdad es que tampoco me interesaba. Con los cien mil que me había conseguido hace poco, me había comprado ropa de oficina, así que me había colado con los otros trabajadores vistiendo pantalón de tela, camisa arremangada y corbata. Al bajarme en un piso (cuyo número no recuerdo) comencé a caminar por los pasillos mientras miraba hacia el interior de las oficinas por sus grandes ventanales. Encontré a la derecha una oficina vacía que al parecer era ocupada para reuniones: tenía una gran mesa con sillas giratorias de cuero alrededor, una pizarra blanca, un gran televisor pantalla plana en una de las murallas y un mapa. Me metí a revisar qué podría robar y me encontraba en esa tarea cuando un grupo de viejos canosos entró a la sala. Me dio la impresión que eran peces gordos de la oficina.
–Oye. La otra sala está muy oscura, así que vamos a ocupar ésta –dijo uno de ellos, el más alto y robusto del grupo. –Anda a buscar el control remoto del proyector de ésta sala.
No debía parecer sospechoso, así que respondí afirmativamente y vi el número de la sala: 252. Antes de salir, noté que una de las viejas entró una bandeja con una botella azul de vodka y varios vasos chicos de vidrio.
–¡Vaya reunión! –pensé.  –La pasan malito.
Como había robado antes es una empresa, supuse que las llaves  y elementos de los equipos de las salas deberían estar en una oficina a la entrada del piso, así que me dirigí a los ascensores y efectivamente ahí había una pequeña oficina. Al entrar, caminé al mesón del fondo y vi a la encargada, una joven delgada, morena, de pelo oscuro y melena. Al acercarme noté que estaba bastante ebria, pues se movía tambaleante y tenía la mirada perdida. Al mirarme, se echó hacia adelante apoyando sus codos sobre el mesón.
–Hoooola... ¿Qué buscai?
–Hola. Eh… oye, necesito el control remoto del data de la sala 252.
–Mmm ya, pero ¿Pero pa’ qué tan apurado?
         La encargada comenzó a coquetearme. Me sonreía y se movía lascivamente. Mi misión en ese lugar era otra, pero oportunidades como ésa no se desperdician, así que comencé a seguirle el juego.
–Los viejos entraron a una reunión y van a ocupar el proyector. Tu cachai. –le dije, mientras apoyaba un codo sobre el mesón y la miraba a los ojos.
–Me gusta tu bigote. ¿Sabes? Ando sin ropa interior. Mira.
         Tomó los tirantes de su vestido, se los bajó por los brazos y dejó gran parte de su escote a la vista.
–Uuuh, mira tú. Oye, pero tápate porque hay cámaras.
–Pero mira, compruébalo.
         Agarró mi mano derecha, la acercó a su pecho y corroboré que estaba sin sostén.
–Eh… ya poh. Podríamos aprovechar el impulso entonces. ¿A qué hora sales?
–Así como ahora. Oye, podríamos ir a tu casa, pero trae copete si poh.
         Recordé que los viejos tenían una botella azul de vodka en la “reunión”.
–Dale. Yo traigo vodka. Pásame el control y vuelvo al tiro.
La chiquilla se relamió los labios, abrió una cajonera y me pasó un control remoto de proyector con el número 252. No recordaba si ése era el número correcto, pero igual lo tomé y me fui a la sala. En el camino, un tipo de lentes me miró y me dijo –Ah, ¡excelente!– mientras me levantaba el pulgar de su mano derecha. Pasé de largo y seguí rápido hacia la sala. Toqué la puerta y entré. Los viejos estaban también algo ebrios, así que después de pasarle el control remoto a uno de ellos, tomé la botella azul de vodka sin que se dieran cuenta, la escondí detrás de mí y salí ágil de la sala. Me dirigí casi corriendo a la oficina de la encargada de las llaves, pero ella ya no estaba allí. La busqué por otras oficinas por varios minutos hasta que finalmente me di por vencido. Ya llevaba mucho tiempo en ese edificio, así que por mi seguridad debía irme.
–Bueno, al menos me llevo media botella de vodka.
Caminé hacia los ascensores para salir del edificio, pero al doblar por el pasillo vi un grupo de cinco policías caminando hacia mí, guiados por el tipo de lentes que había visto unos minutos antes, quien me apuntó con su dedo y dijo “señores, ahí está”.


Estaba en camino al gimnasio del liceo en donde yo había estudiado porque iba a haber una tocata de Mekanika y otros grupos y yo me había conseguido un pituto de tramoya. En la pega me había tomado unos cortos de vodka de las reuniones de los gerentes y, como no había comido nada, me había hecho efecto rápido. Iba harto mareada la verdad. Recordé que antes de irme de la empresa me habían pedido un control remoto y no me acordaba si se lo había pasado o no.
–Da lo mismo, si me echan nimporta. Ya estoy chata de esa pega.
         Parece que se me notaba mucho la cara de curá porque mucha gente me miraba en la micro y yo no iba haciendo nada de raro que digamos, aparte de sacarme el vestido y ponerme la polera y los jeans que andaba trayendo en la mochila.
         Cuando llegué al liceo, entré por la puerta lateral y me dirigí al gimnasio. Ya había mucha gente moviéndose e instalando cosas. Entre ellos, vi a mi amigo Felipe que fue quien me había conseguido este pituto.
–Paula, que bueno que viniste, necesitamos más manos.
–No, no estoy curá.
–¿Qué?
–No, que gracias, que démole’ ma’.
–Bacán. Ya, mira, anda allá con ese grupo de chiquillos y espérame. Les voy a traer unos autoadhesivos.
         Caminé como pude hasta el grupo de cabros. Al parecer eran estudiantes actuales del liceo. El piso estaba lleno de cables para todos lados, lo que hacía más difícil el caminar.
–Hola cabros.
–Oye, ¿tú erís la Paula?
–Ehh, si, ¿Por qué?
–¿Es verdad que tiraste con el batero de Mekanika cuando estudiaban aquí en el liceo? Mi hermano me contó.
         Me sentí tan famosa.
–¿Y cómo se llama tu hermano? –Le pregunté
–José, José Cornejo. Estuvieron en el mismo curso en cuarto.
–Ah, sí. Sí me acuerdo de él –de hecho, parece que había tirado con él también, pero como estaba curá no me acordaba bien. Igual no se lo conté. –Si poh, si estuve con el batero, el Martín.
–Oh, la volaíta.
         En ese momento regresó Felipe con unos papeles en las manos.
–Ya chiquillos. Aquí tienen unos autoadhesivos para que se pongan en la polera, uno en el pecho y otro en la espalda. Con eso sabremos que están trabajando y pueden moverse libremente por el sector en caso que los mandemos a buscar, recoger o arreglar algo.
–¿Staff? ¿Eso no es como Cosa en inglés? –preguntó uno de los chiquillos.
–No, bruto. Ese es con U –respondió la niña del lado.
–Ah, verdá.
–¿Están listos? Necesito que vayan a juntar todo lo que haya en la pista y desocupen el gimnasio. Tiren las cosas a los camarines. Paula, a ti te voy a dar otra tarea. Sígueme.
         Seguí al Felipe hacia atrás del escenario y entre todos los amplificadores y cables había una caja chica de madera con forma de ataúd.
–Paula, necesito que le pongas huincha  de embalaje a esta tapa y se quede fija. En un momento el vocalista de Mekanika la va a tomar y va a hacer como si fuese guitarra.
–Ah ya. Listo, yo lo hago.
–Dale. Cuando estís ready, me avisai y vemos otra cosa.
         A penas el Felipe se fue, comencé a ponerle tiras de huincha a la tapa pero sentí que me tocaban el hombro.
–Hola Paula, tanto tiempo.
–¡Martín! Hola. Si poh, hace rato que no nos vemos.
         Se me olvidó que estaba tapando la caja. Martín me contó de la banda, las canciones nuevas y del viaje que hicieron pa’l norte a tocar. También me contó del video que grabaron y subieron a Youtube. Hablamos harto rato. La verdad es que él hablaba más, porque yo miraba lo mino que estaba. Andaba con una polera sin mangas y tenía el pelo largo y la barba crecida. Sentí que la vendí con haberlo dejado y haberme mandado a cambiar.
–Paula, ¿terminaste con la caja? –dijo el Felipe.
–Ah, sí, voy al tiro –le respondí. –Me tengo que ir Martín. Hablemos de ahí poh.
–Sí, yo también me tengo que ir a practicar un poco más, vine a buscar otras baquetas. Después hablamos. ¡No te vayai a la salida!
         Después de eso, el Felipe me mandó a hacer otras cosas y me olvidé completamente de la caja con forma de ataúd. Sólo recordé que la tapa no estaba bien pegada horas más tarde, cuando Mekanika ya estaba tocando en el escenario y al vocalista le pasaban la caja en las manos.
–¡¡Música directo desde el otro mundoooooo. Guuaaaaa!! –gritó el cantante.
         Quise hacerle algún gesto para que parara, pero todo fue tan rápido. Miré al Martín que estaba en la batería, pero estaba muy concentrado moviendo los brazos y la cabeza. Pensé en buscar al Felipe para decirle que la caja no estaba bien pegada, pero ya era muy tarde: el vocalista tomó la caja, la levantó por sobre su cabeza, luego la bajó rápidamente con un movimiento circular como para arrojársela al público, pero la tenía agarrada a su cuerpo con un colgador de guitarra. Sin embargo, la tapa del mini ataúd salió volando y terminó golpeando fuertemente la cabeza de uno de los guardias que estaba a los pies del escenario de frente a la multitud. El guardia cayó inconsciente al suelo. Yo me acerqué corriendo y le tomé la nuca. Tenía mucha sangre.
–Oye, despierta –fue lo único que atiné a decirle al oído.


2 comentarios:

  1. El mejor cuento que te he leído hasta ahora. Ya me hice seguidora, ¡No me pierdo ninguno!
    Cariños,

    Maca.

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    1. Muchas gracias Maca. Me alegra que te haya gustado. Un abrazo!

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