Oda a la inexperiencia
Patricio Escobar
Creo que nunca me lo había preguntado, pero me parece que la
amaba porque se lavaba los dientes en las mañanas y después de comer. También
porque colocaba un cara de gusto cuando comía sus platos favoritos. Al
peinarse, lo hacía de manera que su peineta recorría el largo de su cabello,
desde su cabeza hasta la punta de sus mechones. Me gustaba mirar su pelo de
cerca. Cada uno de ellos era tan similar a una hebra de hilo de coser. Y su
caminar... era tan único, colocando un pie primero y luego el otro, antes de
volver a repetir el ciclo. Y siempre lo hacíamos por veredas, parques y
escaleras de la ciudad. Cuando me tomaba la mano derecha, lo hacía con su mano
izquierda y sus dedos ocupaban exactamente los espacios entre los míos; éramos
tan complementarios. Tenía las manos frías, y a veces cálidas, dependiendo de
qué tan cerca las tenía de una estufa o del agua caliente. Su piel era tan
especial pues olía a jabón después de bañarse o a crema después de echarse. Sus
ojos me miraban paralelos cuando estábamos de frente, y solo dejaban de mirar
cuando pestañeaba o dormía. Cuando dormía, yo lograba escuchar su respiración...
y todo su cuerpo se relajaba de manera horizontal, aunque a veces también
sentada cuando se dormía en el sillón. Sus hombros eran únicos. Partían desde
su cuello y caían como una delicada ladera hasta que comenzaban sus brazos.
Ambos. Su sonrisa... casi siempre dejaba ver sus dientes al interior de su boca
cuando sonreía, aunque otras veces sus labios solo hacían una curva hacia
arriba en dirección a sus mejillas. Y cuando estaba triste, se le notaba en los
ojos: usualmente miraba hacia abajo, o caían gotas que emanaban de sus
lagrimales si la tristeza era mucha. También era misteriosa, porque lágrimas
parecidas caían también cuando estaba muy alegre. Era tan especial. Hasta que
me dí cuenta que todas las mujeres hacían exactamente lo mismo... y así sin
más, la dejé de amar. O quizá nunca la amé. Ahora vivo con temor de no saber si
lo que pueda sentir es amor, o simple inexperiencia.
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