domingo, 31 de marzo de 2013

Paradoja (Cuento)


Paradoja
Patricio Escobar

¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Esa es una pregunta muy famosa que se ha dicho desde tiempos remotos para demostrar que hay cosas en esta vida que parecieran ser cíclicas, que el orden cronológico del efecto causa-consecuencia a veces se ve cubierto por una bruma nos hace dudar de las situaciones más simples.
Mi nombre es Charles. Ese es el nombre que me dieron mis padres adoptivos, Frederick y Belinda, una pareja de descendientes irlandeses de clase alta que nunca pudieron tener hijos y que decidieron adoptar en secreto a la única guagua pelirroja del hogar de huérfanos de la capital.
Frederick y Belinda cuidaron muy bien de mí. Me dieron todo el cariño que su adulta edad anhelaba entregar a un hijo y la mejor educación que su buena situación económica podía pagar. –Padre es el que cría, no el que engendra– escuché muchas veces decir a los profesores en el instituto donde estudié y nunca dudé de esa aseveración aunque, a decir verdad, jamás imaginé que yo fuera parte de esa realidad. Sólo vine a saber que me habían adoptado cuando Frederick y Belinda me lo contaron a penas cumplí los dieciocho años. Como era de esperarse, mi cariño por ellos no sufrió cambio alguno; habían sido mis padres desde mis más infantiles recuerdos y lo serían hasta el día de mi muerte. Sin embargo, la curiosidad que siempre me caracterizó me hizo investigar los motivos por los que mis padres biológicos me habían dado en adopción. ¿Habrán sido muy pobres como para criarme? ¿Habrán sido adolescentes sin el apoyo de sus padres?
A los diecinueve años, yo me encontraba estudiando física en la más prestigiosa universidad del país, pero aun así me hice el tiempo para ir al hogar desde donde fui adoptado y así averiguar mi origen. Al parecer había estado tan pocos días en ese lugar pues no tuve recuerdos de haber estado ahí. Me hicieron pasar, me identifiqué, expliqué mi situación, algunas encargadas buscaron en los registros pero el nombre de mis padres estaba vacío. No me sorprendí; pocas cosas en mi vida habían resultado al primer intento. Imaginé que alguna de las trabajadoras más antiguas del lugar podría recordar mi caso, así que pedí hablar con ellas. Efectivamente, un par de ancianas recordaban al único niño pelirrojo que habían tenido en mucho tiempo. Corroboraron que fue una pareja de adultos también pelirrojos quienes me adoptaron, pero me dijeron que respecto a mi origen se sabía poco: un veinte de agosto (el día en que mis padres adoptivos celebraban mi cumpleaños) una mujer joven, de tez blanca, rostro delgado y pelo negro había llegado al hogar con un bebé en brazos y pidió hablar con los encargados para realizar los trámites necesarios y así dar su hijo en adopción. La secretaria le pasó una ficha para llenar algunos datos de identificación y entró a buscar a su superior pero, cuando ambos regresaron a la sala, la mujer se había ido y había dejado al niño en una silla envuelto en una cotona blanca. En la ficha había escrito Carlos, los números y el tiempo te ayudarán a reencontrarme. V. A pesar de lo intrigante del mensaje, ahora al menos sabía tres cosas: mis padres adoptivos me nombraron Charles por ser el equivalente inglés de Carlos, mi madre biológica esperaba que la contactara de alguna u otra manera y su nombre comenzaba con V.
 Sin tener otras pistas más que las de ese mensaje, volví a mi vida universitaria. Los años pasaron, terminé mi carrera, hice un magíster y un doctorado en ciencias y comencé a trabajar en el departamento de investigación de la universidad. Con mi equipo trabajamos en varios estudios pero debo reconocer que mi sueño siempre fue el intentar viajar en el tiempo, tal como en los libros de Julio Verne, J.J. Benítez y en la saga de películas Volver al Futuro, por lo que me dedicaba a ese sueño ocupando los equipos del departamento en cada momento libre que tenía. Inclusive llegué a pensar que esos números y tiempo del mensaje de mi madre biológica se refería a que debía conseguir volver al pasado y encontrarla ese veinte de agosto antes de darme en adopción. En fin, aunque resulte algo increíble para los no familiarizados con la vida científica, de mis investigaciones obtuve buenos resultados. Detalles técnicos no daré en este relato pues a fin de cuentas esos estudios los realicé de manera individual y soy yo el responsable de mis actos. Sin embargo, debo contar que cierto día, en la sala de aislación, logré invertir en proceso de muerte de un girasol, desde estar marchita hasta estar completamente lozana. Lamentablemente, a los pocos días de conseguir ese gran logro, un mensaje desde la dirección del departamento de investigación de la universidad me reprendía por utilizar los equipos del departamento en estudios que no fueran los detallados en mis informes. Con ello, me prohibían continuar con dichos experimentos y, además, me amonestaban con cierta cantidad de horas para el departamento de educación en enseñar a los alumnos nuevos del magíster en ciencias. ¡Todo ese avance se vería interrumpido por dar clases!
Pero no todo fue malo. Impartiendo clases fue cuando conocí a quien sería mi gran amor y cómplice en mis estudios del tiempo. Un día, entregando unos trabajos escritos que había revisado anteriormente, llamé a Vuisa Stevenson. Delante de mí se detuvo una joven muy hermosa, delgada, de tez blanca y cabello pelirrojo como yo. –Me llamo Luisa. Perdón, pero mi letra a veces no es muy clara –me dijo. Además de su atractivo físico, Luisa resultó ser una alumna muy destacada en el área de las ciencias. Me cayó muy bien, y al parecer el sentimiento era recíproco, pues al poco tiempo comenzamos a salir juntos. Recibió su grado de magíster y, además, comenzó a trabajar junto a mí en el departamento de investigación de la universidad. Con el paso de los meses, nuestra relación se hizo muy estable. Hasta tuvimos intenciones serias de tener hijos, pero la falta de tiempo nos hizo razonar que por el momento no podríamos dar un entorno familiar apropiado, así que cierto día nos conformamos con adoptar una pequeña gata siamés que apareció en nuestra puerta, junto a una pequeña cama acolchada, a la que bautizamos como Voyage.
Terminado mi periodo de “castigo” haciendo clases, aunque ahora con una gran aliada en mis proyectos personales, volví a los estudios del departamento y también, secretamente, a mis experimentos en viajes temporales. Ésta vez, los resultados fueron aún más sorprendentes y se dieron en un tiempo más breve. Invirtiendo la polaridad de los equipos en la sala de aislación, logré retroceder el tiempo por algunos segundos en toda la sala, excepto en una pequeña cápsula al interior de ésta, a la que llamamos Cápsula del Tiempo. El regreso en el tiempo debía ser, eso sí, en un periodo menor a la fecha en la que había fabricado la cápsula pues, con un destino más prolongado, no existiría cápsula en donde re-aparecer. Esto significaba que, a una escala mayor, podríamos modificar el tiempo en todo el espacio que nos rodeaba, viajando dentro de una Cápsula de mayor tamaño en la que puedan ingresar viajantes humanos.
Todo iba viento en popa hasta que comencé a notar la presencia de ciertos personajes ajenos a la universidad vestidos de traje oscuro que vagaban por el departamento de ciencias. A veces los veía a cuando salía de mi oficina, afuera de las salas de experimentos, en las reuniones de personal e incluso en el casino durante las horas de almuerzo. Luisa también los notó, lo que demuestra que no eran alucinaciones mías. Imaginamos que ciertas personas habían descubierto nuestra investigación y estaban intentando averiguar nuestros resultados, por lo que decidimos continuar nuestros experimentos en casa y sólo utilizar los equipos de la universidad cuando fuese estrictamente necesario.
Fue en este periodo cuando Luisa quedó embarazada. Lo habíamos decidido así ya que estaríamos menos horas en el trabajo y podríamos dedicarnos a las labores hogareñas con más esmero. Le pedí a Luisa que, por seguridad del embarazo, se mantuviera al margen de mis experimentos en mis estudios del tiempo y estuvo de acuerdo. Pensé que alguna emisión electromagnética de los instrumentos al momento de invertir el giro subatómico podría afectarla, pero jamás pensé que el riesgo vendría más bien desde otras personas. Un día, en el correo de mi casa, apareció un papel impreso solo con las palabras We know about your secret experiments. Quit them. Pero me era imposible abandonar mis estudios ahora; necesitaba realizar una última prueba de inversión del tiempo. Ésta vez, con un ser vivo más grande que una flor.
Confiado en que el Viajante del Tiempo no sufriría daño en ningún aspecto, a los pocos meses manejé hasta el departamento de ciencias de la universidad con mi gata Voyage en su cama acolchada sobre el asiento trasero de mi auto. Una vez allá,  ingresé los datos necesarios al computador central de la sala aislada, coloqué a la gata al interior de la Cápsula y en ese momento comprendí que no había sido casualidad que ese animal haya aparecido unos meses antes en la puerta de nuestra casa. Mis últimos estudios me capacitaban para enviar Viajantes a un tiempo diferente, pero también para cambiar de lugar físico, y el lugar por defecto que tenía ingresado el computador en ese momento era la entrada de mi casa. El único problema era que, cambiando la ubicación del destino, no existía la posibilidad de viajar de regreso a nuestro tiempo real. Me despedí de la bella mascota y, sabiendo que en el pasado la reencontraríamos a la entrada de nuestra casa, la envié atrás en el tiempo a ese día en que la habíamos encontrado y adoptado. ¡Mis experimentos habían logrado resultados que cambiarían a la humanidad! Pero ¿estaría la humanidad preparada para conocer dichos resultados? Con mi mujer no estábamos tan seguros de ello. Por algún u otro motivo, cierta gente estaba intentando apoderarse de nuestros resultados por la fuerza. Eso nos quedó claro un día martes en que Luisa estaba sola en casa. Notó que un auto se detuvo afuera de la casa y se bajaron tres hombres vestidos de traje oscuro, tal como los que habíamos visto en la universidad. Caminaron hacia la entrada pero no golpearon la puerta principal, sino que comenzaron a recorrer el exterior de la casa. Luisa notó que algo malo podía suceder, así que se escondió en el cuarto subterráneo secreto en donde teníamos algunos instrumentos de experimentación. Desde el monitor que teníamos en el interior de ese cuarto conectados a las cámaras de la casa, Luisa vio cómo los tres hombres rompieron una ventana, entraron a la casa, destruyeron todo lo que encontraron al interior de las habitaciones y abrieron cada cajón de los muebles. Claramente buscaban algo puntual, pues no se llevaron nada, excepto un pequeño laptop que, en realidad, sólo ocupábamos para traspasar las fotos que tomábamos con la cámara digital.
Cuando regresé a casa, Luisa me contó lo sucedido y nos dimos cuenta que las amenazas ya se estaban volviendo serias. Ni pensar en qué nos harían si llegase a publicar mis resultados, los que yo ya había comenzado a escribir en un computador al interior del cuarto secreto de mi casa. Luisa estaba a punto de dar a luz, así que decidimos tomar medidas precautorias. Mientras duró el embarazo, no volví a realizar experimentos relacionados con el tiempo, nos mudamos a otro sector de la ciudad e intentamos cambiar un poco nuestra apariencia física para despistar a quienes nos seguían: yo me dejé crecer el pelo y la barba mientras que Luisa se tiñó el pelo negro.
El nacimiento de nuestro hijo, al que bautizamos como Carlos (como mis padres biológicos me habían llamado), fue una gran felicidad para ambos, incluso mayor que la experimentada por los resultados de nuestros estudios. Logré comprender que el mayor triunfo para la humanidad en términos temporales es la perduración de nuestra propia especie a través de nuestros hijos y que pasado y presente solo existen con el propósito de aportar conocimiento y bienestar para las futuras generaciones. Lamentablemente, no todos comprendían la felicidad de esa manera y el poder del Viaje en el Tiempo que yo había conseguido era más importante.
Nuestra felicidad como familia solo duró algunos días. Un viernes en la tarde, después de que casi todos los otros trabajadores se habían retirado del departamento, yo me encontraba solo analizando unos resultados en el computador de mi oficina en la universidad cuando sentí que golpearon la puerta. Me saqué los lentes, miré en dirección al pasillo y, sin abandonar mi asiento pregunté –¿Quién es?– pero solo hubo silencio de respuesta. Intrigado, me puse de pie y caminé hacia la puerta. No alcancé a llegar a ella, pues ésta se abrió violentamente desde afuera. En cosa de segundos vi un hombre de traje oscuro, una pistola apuntándome, un fogonazo amarillo-rojizo y, luego, mucho calor en mi cuello. El impulso me había tumbado en el piso de mi oficina. Sentí un terrible dolor y me toqué con mi mano derecha, la que inmediatamente quedó empapada en sangre. –¡The results! ¡¿Where are they?!– preguntó el tipo de traje oscuro. Con mi mano izquierda apunté el computador del escritorio y vi que la sangre ya teñía mi manga hasta la altura del codo. El matón tomó el computador y salió velozmente de la oficina. Nuevamente no tendrían lo que buscaban, pues los únicos resultados que había eran los de una nueva capa de trasparencia y otros estudios de la universidad. Mis anotaciones respecto al Viaje en el Tiempo estaban en mi mente. Con mi mano izquierda saqué mi celular del bolsillo, aunque no podía hablar bien llamé a Luisa, le pedí que viniera a la universidad y esperé sentado en el suelo de mi oficina. La casa a la cual nos habíamos mudado estaba cerca de la universidad, por lo que Luisa se demoró tan solo unos minutos en llegar a mi oficina. Vino con el pequeño Carlos en brazos. Al verme sangrar, dio un grito de terror como el que nunca había escuchado anteriormente. Traté de calmarla como pude, le pasé una de mis cotonas blancas para cubrir al niño y, sabiendo que el asesino volvería por mí o por Luisa luego de comprobar que en el computador no había nada de lo que buscaban, los llevé hasta la sala aislada, hice que entraran juntos en la Cápsula del Tiempo, ingresé la información necesaria en el computador central, me despedí de ellos a través del vidrio y los envié a un veinte de agosto, treinta y cinco años atrás. ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?


1 comentario:

  1. Ufffff.... Excelente me encanto, esta buenisimo!!!!

    Cariños,

    Yaracel.

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