Paradoja
Patricio
Escobar
¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Esa es una pregunta muy famosa
que se ha dicho desde tiempos remotos para demostrar que hay cosas en esta vida
que parecieran ser cíclicas, que el orden cronológico del efecto causa-consecuencia
a veces se ve cubierto por una bruma nos hace dudar de las situaciones más
simples.
Mi nombre es Charles. Ese es el nombre que me dieron mis padres
adoptivos, Frederick y Belinda, una pareja de descendientes irlandeses de clase
alta que nunca pudieron tener hijos y que decidieron adoptar en secreto a la
única guagua pelirroja del hogar de huérfanos de la capital.
Frederick y Belinda cuidaron muy bien de mí. Me dieron todo el cariño
que su adulta edad anhelaba entregar a un hijo y la mejor educación que su
buena situación económica podía pagar. –Padre es el que cría, no el que
engendra– escuché muchas veces decir a los profesores en el instituto donde
estudié y nunca dudé de esa aseveración aunque, a decir verdad, jamás imaginé
que yo fuera parte de esa realidad. Sólo vine a saber que me habían adoptado
cuando Frederick y Belinda me lo contaron a penas cumplí los dieciocho años.
Como era de esperarse, mi cariño por ellos no sufrió cambio alguno; habían sido
mis padres desde mis más infantiles recuerdos y lo serían hasta el día de mi
muerte. Sin embargo, la curiosidad que siempre me caracterizó me hizo investigar
los motivos por los que mis padres biológicos me habían dado en adopción. ¿Habrán
sido muy pobres como para criarme? ¿Habrán sido adolescentes sin el apoyo de
sus padres?
A los diecinueve años, yo me encontraba estudiando física en la más
prestigiosa universidad del país, pero aun así me hice el tiempo para ir al
hogar desde donde fui adoptado y así averiguar mi origen. Al parecer había
estado tan pocos días en ese lugar pues no tuve recuerdos de haber estado ahí.
Me hicieron pasar, me identifiqué, expliqué mi situación, algunas encargadas
buscaron en los registros pero el nombre de mis padres estaba vacío. No me
sorprendí; pocas cosas en mi vida habían resultado al primer intento. Imaginé
que alguna de las trabajadoras más antiguas del lugar podría recordar mi caso,
así que pedí hablar con ellas. Efectivamente, un par de ancianas recordaban al
único niño pelirrojo que habían tenido en mucho tiempo. Corroboraron que fue
una pareja de adultos también pelirrojos quienes me adoptaron, pero me dijeron que
respecto a mi origen se sabía poco: un veinte de agosto (el día en que mis
padres adoptivos celebraban mi cumpleaños) una mujer joven, de tez blanca, rostro
delgado y pelo negro había llegado al hogar con un bebé en brazos y pidió
hablar con los encargados para realizar los trámites necesarios y así dar su
hijo en adopción. La secretaria le pasó una ficha para llenar algunos datos de
identificación y entró a buscar a su superior pero, cuando ambos regresaron a
la sala, la mujer se había ido y había dejado al niño en una silla envuelto en
una cotona blanca. En la ficha había escrito Carlos, los números y el tiempo te ayudarán a reencontrarme. V. A
pesar de lo intrigante del mensaje, ahora al menos sabía tres cosas: mis padres
adoptivos me nombraron Charles por ser el equivalente inglés de Carlos, mi
madre biológica esperaba que la contactara de alguna u otra manera y su nombre
comenzaba con V.
Sin tener otras pistas más que las
de ese mensaje, volví a mi vida universitaria. Los años pasaron, terminé mi
carrera, hice un magíster y un doctorado en ciencias y comencé a trabajar en el
departamento de investigación de la universidad. Con mi equipo trabajamos en
varios estudios pero debo reconocer que mi sueño siempre fue el intentar viajar
en el tiempo, tal como en los libros de Julio Verne, J.J. Benítez y en la saga
de películas Volver al Futuro, por lo que me dedicaba a ese sueño ocupando los equipos
del departamento en cada momento libre que tenía. Inclusive llegué a pensar que
esos números y tiempo del mensaje de
mi madre biológica se refería a que debía conseguir volver al pasado y
encontrarla ese veinte de agosto antes de darme en adopción. En fin, aunque resulte
algo increíble para los no familiarizados con la vida científica, de mis
investigaciones obtuve buenos resultados. Detalles técnicos no daré en este
relato pues a fin de cuentas esos estudios los realicé de manera individual y
soy yo el responsable de mis actos. Sin embargo, debo contar que cierto día, en
la sala de aislación, logré invertir en proceso de muerte de un girasol, desde
estar marchita hasta estar completamente lozana. Lamentablemente, a los pocos
días de conseguir ese gran logro, un mensaje desde la dirección del
departamento de investigación de la universidad me reprendía por utilizar los
equipos del departamento en estudios que no fueran los detallados en mis
informes. Con ello, me prohibían continuar con dichos experimentos y, además, me
amonestaban con cierta cantidad de horas para el departamento de educación en
enseñar a los alumnos nuevos del magíster en ciencias. ¡Todo ese avance se
vería interrumpido por dar clases!
Pero no todo fue malo. Impartiendo clases fue cuando conocí a quien
sería mi gran amor y cómplice en mis estudios del tiempo. Un día, entregando
unos trabajos escritos que había revisado anteriormente, llamé a Vuisa Stevenson.
Delante de mí se detuvo una joven muy hermosa, delgada, de tez blanca y cabello
pelirrojo como yo. –Me llamo Luisa. Perdón, pero mi letra a veces no es muy
clara –me dijo. Además de su atractivo físico, Luisa resultó ser una alumna muy
destacada en el área de las ciencias. Me cayó muy bien, y al parecer el
sentimiento era recíproco, pues al poco tiempo comenzamos a salir juntos.
Recibió su grado de magíster y, además, comenzó a trabajar junto a mí en el
departamento de investigación de la universidad. Con el paso de los meses,
nuestra relación se hizo muy estable. Hasta tuvimos intenciones serias de tener
hijos, pero la falta de tiempo nos hizo razonar que por el momento no podríamos
dar un entorno familiar apropiado, así que cierto día nos conformamos con adoptar
una pequeña gata siamés que apareció en nuestra puerta, junto a una pequeña
cama acolchada, a la que bautizamos como Voyage.
Terminado mi periodo de “castigo” haciendo clases, aunque ahora con una
gran aliada en mis proyectos personales, volví a los estudios del departamento
y también, secretamente, a mis experimentos en viajes temporales. Ésta vez, los
resultados fueron aún más sorprendentes y se dieron en un tiempo más breve.
Invirtiendo la polaridad de los equipos en la sala de aislación, logré
retroceder el tiempo por algunos segundos en toda la sala, excepto en una
pequeña cápsula al interior de ésta, a la que llamamos Cápsula del Tiempo. El regreso en el tiempo debía ser, eso sí, en
un periodo menor a la fecha en la que había fabricado la cápsula pues, con un
destino más prolongado, no existiría cápsula en donde re-aparecer. Esto significaba
que, a una escala mayor, podríamos modificar el tiempo en todo el espacio que
nos rodeaba, viajando dentro de una Cápsula de mayor tamaño en la que puedan
ingresar viajantes humanos.
Todo iba viento en popa hasta que comencé a notar la presencia de ciertos
personajes ajenos a la universidad vestidos de traje oscuro que vagaban por el
departamento de ciencias. A veces los veía a cuando salía de mi oficina, afuera
de las salas de experimentos, en las reuniones de personal e incluso en el
casino durante las horas de almuerzo. Luisa también los notó, lo que demuestra
que no eran alucinaciones mías. Imaginamos que ciertas personas habían
descubierto nuestra investigación y estaban intentando averiguar nuestros
resultados, por lo que decidimos continuar nuestros experimentos en casa y sólo
utilizar los equipos de la universidad cuando fuese estrictamente necesario.
Fue en este periodo cuando Luisa quedó embarazada. Lo habíamos decidido
así ya que estaríamos menos horas en el trabajo y podríamos dedicarnos a las
labores hogareñas con más esmero. Le pedí a Luisa que, por seguridad del
embarazo, se mantuviera al margen de mis experimentos en mis estudios del
tiempo y estuvo de acuerdo. Pensé que alguna emisión electromagnética de los
instrumentos al momento de invertir el giro subatómico podría afectarla, pero
jamás pensé que el riesgo vendría más bien desde otras personas. Un día, en el
correo de mi casa, apareció un papel impreso solo con las palabras We know about your secret experiments. Quit
them. Pero me era imposible abandonar mis estudios ahora; necesitaba
realizar una última prueba de inversión del tiempo. Ésta vez, con un ser vivo
más grande que una flor.
Confiado en que el Viajante del Tiempo no sufriría daño en ningún
aspecto, a los pocos meses manejé hasta el departamento de ciencias de la
universidad con mi gata Voyage en su cama acolchada sobre el asiento trasero de
mi auto. Una vez allá, ingresé los datos
necesarios al computador central de la sala aislada, coloqué a la gata al
interior de la Cápsula y en ese momento comprendí que no había sido casualidad
que ese animal haya aparecido unos meses antes en la puerta de nuestra casa.
Mis últimos estudios me capacitaban para enviar Viajantes a un tiempo
diferente, pero también para cambiar de lugar físico, y el lugar por defecto
que tenía ingresado el computador en ese momento era la entrada de mi casa. El
único problema era que, cambiando la ubicación del destino, no existía la
posibilidad de viajar de regreso a nuestro tiempo real. Me despedí de la bella
mascota y, sabiendo que en el pasado la reencontraríamos a la entrada de
nuestra casa, la envié atrás en el tiempo a ese día en que la habíamos encontrado
y adoptado. ¡Mis experimentos habían logrado resultados que cambiarían a la
humanidad! Pero ¿estaría la humanidad preparada para conocer dichos resultados?
Con mi mujer no estábamos tan seguros de ello. Por algún u otro motivo, cierta
gente estaba intentando apoderarse de nuestros resultados por la fuerza. Eso
nos quedó claro un día martes en que Luisa estaba sola en casa. Notó que un
auto se detuvo afuera de la casa y se bajaron tres hombres vestidos de traje
oscuro, tal como los que habíamos visto en la universidad. Caminaron hacia la
entrada pero no golpearon la puerta principal, sino que comenzaron a recorrer
el exterior de la casa. Luisa notó que algo malo podía suceder, así que se
escondió en el cuarto subterráneo secreto en donde teníamos algunos
instrumentos de experimentación. Desde el monitor que teníamos en el interior
de ese cuarto conectados a las cámaras de la casa, Luisa vio cómo los tres
hombres rompieron una ventana, entraron a la casa, destruyeron todo lo que
encontraron al interior de las habitaciones y abrieron cada cajón de los
muebles. Claramente buscaban algo puntual, pues no se llevaron nada, excepto un
pequeño laptop que, en realidad, sólo ocupábamos para traspasar las fotos que tomábamos
con la cámara digital.
Cuando regresé a casa, Luisa me contó lo sucedido y nos dimos cuenta que
las amenazas ya se estaban volviendo serias. Ni pensar en qué nos harían si
llegase a publicar mis resultados, los que yo ya había comenzado a escribir en
un computador al interior del cuarto secreto de mi casa. Luisa estaba a punto
de dar a luz, así que decidimos tomar medidas precautorias. Mientras duró el
embarazo, no volví a realizar experimentos relacionados con el tiempo, nos
mudamos a otro sector de la ciudad e intentamos cambiar un poco nuestra
apariencia física para despistar a quienes nos seguían: yo me dejé crecer el
pelo y la barba mientras que Luisa se tiñó el pelo negro.
El nacimiento de nuestro hijo, al que bautizamos como Carlos (como mis
padres biológicos me habían llamado), fue una gran felicidad para ambos,
incluso mayor que la experimentada por los resultados de nuestros estudios. Logré
comprender que el mayor triunfo para la humanidad en términos temporales es la
perduración de nuestra propia especie a través de nuestros hijos y que pasado y
presente solo existen con el propósito de aportar conocimiento y bienestar para
las futuras generaciones. Lamentablemente, no todos comprendían la felicidad de
esa manera y el poder del Viaje en el Tiempo que yo había conseguido era más
importante.
Nuestra felicidad como familia solo duró algunos días. Un viernes en la
tarde, después de que casi todos los otros trabajadores se habían retirado del
departamento, yo me encontraba solo analizando unos resultados en el computador
de mi oficina en la universidad cuando sentí que golpearon la puerta. Me saqué
los lentes, miré en dirección al pasillo y, sin abandonar mi asiento pregunté –¿Quién
es?– pero solo hubo silencio de respuesta. Intrigado, me puse de pie y caminé
hacia la puerta. No alcancé a llegar a ella, pues ésta se abrió violentamente
desde afuera. En cosa de segundos vi un hombre de traje oscuro, una pistola
apuntándome, un fogonazo amarillo-rojizo y, luego, mucho calor en mi cuello. El
impulso me había tumbado en el piso de mi oficina. Sentí un terrible dolor y me
toqué con mi mano derecha, la que inmediatamente quedó empapada en sangre. –¡The
results! ¡¿Where are they?!– preguntó el tipo de traje oscuro. Con mi mano
izquierda apunté el computador del escritorio y vi que la sangre ya teñía mi
manga hasta la altura del codo. El matón tomó el computador y salió velozmente
de la oficina. Nuevamente no tendrían lo que buscaban, pues los únicos resultados
que había eran los de una nueva capa de trasparencia y otros estudios de la
universidad. Mis anotaciones respecto al Viaje en el Tiempo estaban en mi
mente. Con mi mano izquierda saqué mi celular del bolsillo, aunque no podía
hablar bien llamé a Luisa, le pedí que viniera a la universidad y esperé
sentado en el suelo de mi oficina. La casa a la cual nos habíamos mudado estaba
cerca de la universidad, por lo que Luisa se demoró tan solo unos minutos en llegar
a mi oficina. Vino con el pequeño Carlos en brazos. Al verme sangrar, dio un
grito de terror como el que nunca había escuchado anteriormente. Traté de
calmarla como pude, le pasé una de mis cotonas blancas para cubrir al niño y,
sabiendo que el asesino volvería por mí o por Luisa luego de comprobar que en
el computador no había nada de lo que buscaban, los llevé hasta la sala
aislada, hice que entraran juntos en la Cápsula del Tiempo, ingresé la
información necesaria en el computador central, me despedí de ellos a través
del vidrio y los envié a un veinte de agosto, treinta y cinco años atrás. ¿Qué
fue primero, el huevo o la gallina?
Ufffff.... Excelente me encanto, esta buenisimo!!!!
ResponderEliminarCariños,
Yaracel.